viernes, 28 de julio de 2017

Meditación: Mateo 13, 18-23


Cuando alguien menciona la parábola del sembrador, uno piensa en la semilla que se siembra y cae en el camino, en terreno rocoso o espinoso y también en buena tierra.

Probablemente asentimos con la cabeza indicando que entendemos la explicación del Señor: “La semilla sembrada en buena tierra representa a los que oyen el mensaje y lo entienden y dan una buena cosecha.”

Estas ideas son de por sí un testimonio de la excelencia de Jesús como predicador. Pero la pregunta es: ¿Cómo podemos preparar la tierra de nuestro corazón para la Palabra de Dios? ¿Cómo podemos formar parte de los que escuchan la palabra y dan fruto abundante?

En la primera lectura de hoy tenemos una buena clave. Al entregar los Diez Mandamientos, Dios estaba invitando a cada uno a llevar una vida de santidad: No has de tener otros dioses delante del Señor; no matarás, no robarás. Estas leyes forman una línea vital que no debemos cruzar, porque si lo hacemos habremos pecado y rechazado la invitación de Dios. O bien, para usar las figuras que presenta la parábola de Jesús, podemos identificar los obstáculos que bloquean el crecimiento de la Palabra de Dios en nosotros.

Esta es la contraparte del mensaje de Jesús acerca de la importancia del buen terreno. Incluso en la tierra más fértil hay que cuidar la semilla. En efecto, es preciso arar y ablandar la tierra, desmalezar y quitar las piedras en forma regular.

Para llevar la parábola de Cristo un poco más allá, uno podría preguntarse, ¿qué herramientas puedo usar para preparar la tierra de mi corazón, y cómo puedo abonarla y enriquecerla?

Naturalmente, podemos utilizar la oración y la meditación para nutrir el corazón, pero también hay que examinarse la conciencia y arrepentirse de los pecados cometidos. De esta forma se cultiva el terreno para plantar de nuevo la semilla.

Mientras más practiquemos el arrepentimiento, más aptos seremos para recibir la Palabra de Dios y más abundante será la cosecha de su bondad en nuestra vida. No dejemos de reconocer nuestros pecados, sino más bien aceptemos el arrepentimiento como un regalo, porque nuestro Dios es tan misericordioso que, si abrimos el corazón, sin duda nos bendecirá.
“Señor mío Jesucristo, concédeme la gracia de tener un corazón propicio para que tu Palabra dé fruto al ciento por uno.”
Éxodo 20, 1-17
Salmo 19(18), 8-11

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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