Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos,
En la inminencia de la Navidad, de nuevo es Juan el que llena la escena. Es natural, porque es él quien abre el camino. Así, ante el próximo nacimiento de Jesús, la Palabra de Dios nos invita a contemplar el nacimiento del Precursor.
Llama nuestra atención enseguida el ambiente popular, abierto, alegre que rodea este nacimiento. No es de extrañar, dado lo extraordinario de este nacimiento, la edad avanzada de la madre y los sucesos acaecidos en torno a su concepción, como la mudez de Zacarías. Amigos y parientes participan en la alegría, inmiscuyéndose, incluso más de la cuenta, pues pretenden decidir por encima de los padres el nombre de la criatura. Parece que quiere imponerse aquí la tradición, la costumbre: que se llame como su padre. Zacarías significa “Dios recuerda”. Pero el que ha nacido no es un nostálgico que mira al pasado, ni siquiera un “continuador”, sino un “precursor”, uno que abre caminos a lo nuevo. Es verdad que cumple antiguas profecías, como la de Malaquías. Ahora bien, en el cumplimiento asoman ya novedades radicales, la aurora de los nuevos tiempos mesiánicos. Isabel, que ha sido tocada ya por el Espíritu de esa novedad, insiste en el nombre de Juan. También Zacarías, por fin, asiente sin dudar al don de misericordia, y sentencia sin palabras “Juan es su nombre”. Juan significa, según unas etimologías “Dios es propicio”, o “Dios se ha apiadado”, según otras, significaría “El que es fiel a Dios”. Habla este nombre de una realidad ya presente y de un futuro nuevo.
Aunque en algunos rasgos el profetismo de Juan parece anunciar un día del Señor grande y terrible, su ministerio preparatorio va más en la línea de reconciliar, purificar para abrir corazones a la recepción de la gracia.
Con el nacimiento de Juan, Zacarías, su padre, recupera el habla. El Antiguo testamento entona su postrer himno, alza la voz, que anuncia ya la presencia de la Palabra.
En la inminencia de la Navidad, la Palabra nos invita a la alegría, a la fiesta, pero también a la apertura del corazón a la novedad impredecible de Dios.
Cordialmente
José M. Vegas CMF
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