En muchas ocasiones, nuestros afanes chocan con el muro de lo imposible, y en esos casos, sentimos la frustración al constatar nuestros límites y la falta de fuerzas para resolver los obstáculos que se nos presentan en la vida.
En nuestra escala de valores prima la salud, la juventud, el bienestar, la belleza física, la buena forma corporal, la productividad, la fuerza. Por el contrario, nos frustra la debilidad, la enfermedad, toda circunstancia adversa y todo contratiempo.
Las Sagradas Escrituras, en cambio, nos muestran cómo Dios actúa en los que son débiles, pequeños, pobres, frágiles, desechados, segundones o extranjeros. Las lecturas de hoy nos ofrecen dos ejemplos de la acción divina que transforma la esterilidad en fecundidad. El salmista canta: “A la estéril le da siete hijos, mientras que la madre de muchos queda baldía”.
Imágenes del desierto convertido en vergel, del páramo convertido en vega, han acompañado el tiempo de Adviento. Ante ellas quizá tengamos que expresar: “En viento y en nada he gastado mis fuerzas, el salario lo lleva mi Dios”.
¡Tantas veces debemos reconocer que lo que nos sucede no es fruto de nuestro esfuerzo, sino que nos sorprendemos por los hechos providentes que acontecen a pesar de nuestra pobreza y debilidad!
San Pablo llega a decir: “Lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Co 1, 25). ¿Dónde pones tus ojos
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