Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo". José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.
RESONAR DE LA PALABRA
Francisco Javier Goñi, cmf
Queridos amigos:
A lo largo de la octava de Navidad, la Palabra de Dios nos va ofreciendo diversos relatos en los que se despliega de modos diversos el Misterio de la presencia humana del Hijo en nuestra historia, junto con sus consecuencias. En San Esteban tenemos el martirio de un testigo que abrió su corazón al Amor encarnado de Dios en Jesús hasta hacer de él su único tesoro, por el que vivir y dar la vida; en el relato de la Resurrección de San Juan nos encontramos con el asombro y la fe de los que van a ser primeros testigos de la Resurrección de aquel que nació en Belén.
Hoy, con el relato de los Santos Inocentes, se nos ofrece a la contemplación la terrible e incomprensible paradoja del rechazo que el mal despierta en el corazón del hombre ante la presencia de la Luz de Dios. Herodes llegó al extremo del odio, hasta ser capaz de asesinar a “todos los menores de dos años” con tal de acabar con aquel que, como anunciado Rey, podría amenazar su poder.
Y la maldad del corazón de Herodes no nos es tan lejana. De hecho, en todo corazón humano hay “pecado”, como nos recuerda la primera lectura de hoy, hay mal. Anida en nosotros, y puede llegar a hacernos capaces de cualquier barbaridad si nos dejamos llevar por el ansia de poder, de comodidad, o de bienestar a cualquier precio. El ser humano es profundamente egoísta. Somos profundamente egoístas. Y ello nos puede llevar a utilizar y pisotear a otros con tal de satisfacer los propios intereses, deseos o necesidades.
La presencia de la Luz de Dios ilumina esa terrible realidad: la descubre, la desenmascara, la pone en evidencia. También es capaz de sanarla, perdonando y transformando nuestro corazón. Pero es necesario dejarse hacer por el Amor que nos ha llegado con aquel que nació en Belén. Si huimos de la Luz, si no dejamos que nos ilumine en lo más profundo, si pretendemos negarla o apagarla, la oscuridad y el mal seguirán reinando en nuestro corazón, como por desgracia siguen reinando en nuestra sociedad y en nuestro mundo.
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