Domingo 15 de diciembre del 1985
1. "En toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas a Dios" (Flp 4, 6).
Con estas palabras se dirige a nosotros San Pablo, en la liturgia del III domingo de Adviento.
Es la liturgia de la gozosa confianza. El Adviento significa cercanía salvífica de Dios, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).
"Gritad jubilosos: Qué grande es en medio de nosotros el Santo de Israel" (cf. Is 12, 6), anuncia el responsorio del Salmo que se lee en la Santa Misa de hoy. Esta certeza es la fuente de la alegría del Adviento. Toda la solicitud del Adviento se centra en el corazón humano: ¿se abre el hombre a la venida de Dios?
La Iglesia ruega por la apertura del hombre.
2. "En toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas a Dios".
La Iglesia ruega también para que se pueda realizar cada vez más entre los hombres lo que intenta la voluntad salvífica de Cristo: el sacramento de la unión con Dios y de la unidad de toda la familia humana.
Esta conciencia, manifestada con las palabras del Concilio Vaticano II y renovada durante la reciente Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, se transforma en ardiente e incesante oración: la Iglesia ruega para que en ella y por ella pueda cumplirse el Adviento de Dios. La Iglesia es precisamente el "sacramento" por el cual "El que es, el que era y el que viene" (Ap 1, 4), se encuentra con el hombre. La Iglesia ―como han escrito los padres sinodales en su Relación final― es "signo e instrumento de la comunión con Dios y también de la comunión y de la reconciliación de los hombres entre sí" (Relación final II, 2) y eleva su oración para que en el corazón germine la verdad, y se asome y habite la justicia (cf. Sal 84/85) entre los hombres cada vez más abiertos al diálogo de salvación con el Dios de la eterna, infinita bondad.
"Hoy más que nunca el Evangelio ilumina el futuro y el sentido de toda existencia humana. En este tiempo en que, sobre todo entre los jóvenes, se manifiesta una ardiente sed de Dios, una renovada acogida del Concilio puede adunar más intensamente todavía a la Iglesia en su misión de anunciar al mundo la Buena Nueva de la salvación" (Mensaje al Pueblo de Dios, III).
3. "En toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas a Dios".
La Iglesia ora siempre, y especialmente en el tiempo del Adviento, también por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Efectivamente, son ellas una expresión particular de la visita de Dios, la expresión del Adviento de Dios. Son un fruto de la gracia operante en las almas, sobre todo en las almas jóvenes, son también una comprobación de la madurez espiritual de la Iglesia misma.
Roguemos, pues, todos nosotros, reunidos aquí para el rezo del "Ángelus", a fin de que el Señor de la mies envíe obreros a su mies.
Juan Pablo II
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