Domingo 15 de diciembre del 1991
1. En el evangelio de este domingo de Adviento hemos meditado acerca de la predicación de Juan el Bautista, quien a la ribera del Jordán anunciaba la presencia del Mesías en el mundo.
Como sabéis, Adviento es el tiempo del discernimiento y de la esperanza: ejercer el discernimiento significa observar, preguntar para conocer y para seguir esperando. Ahora bien, las multitudes que se acercaban a Juan le hacían preguntas porque esperaban algo, o mejor dicho, a alguien: ¿Qué debemos hacer? ¿Eres tú el Cristo? Querían conocer y comprender, y no por pura curiosidad. La gente que buscaba al Bautista pertenecía a la nación que desde hacía siglos llevaba en su corazón la "esperanza de Israel" y esperaba confiada la venida de Cristo: su aspiración suprema era ver con sus propios ojos la "salvación de Dios" (salutare tuum), luz de los gentiles y gloria del pueblo de Israel (cf. Lc 2, 30-32).
2. Discernimiento y esperanza también deben ser nuestras actitudes: inmersos en la historia, también nosotros debemos velar y observar para reconocer en nuestro tiempo los signos de la "salvación de Dios" y reforzar nuestra confianza inquebrantable durante los acontecimientos más diversos.
Precisamente ayer, como se sabe, concluyó la Asamblea especial para Europa del Sínodo de obispos: los cambios extraordinarios que han tenido lugar en el continente durante estos últimos tiempos han sugerido y prácticamente impuesto su convocación. Esta asamblea ha desarrollado sus trabajos con discernimiento y esperanza, lo que constituye ahora para nosotros una herencia que es preciso conservar para el bien espiritual de todo el continente.
3. Los hechos acaecidos han significado para los pastores un fuerte llamamiento que los ha impulsado, y los seguirá impulsando, a dedicar su atención más diligente a los acontecimientos, a examinar los problemas ético-religiosos y a presentar soluciones oportunas para salvaguardar y, si fuera necesario, volver a delinear el rostro cristiano de Europa.
El Sínodo que acaba de concluirse nos invita a abrir los ojos para ver, y a robustecer los corazones para emprender con esperanza iniciativas adecuadas.
Que María a quien veneramos como Madre de la santa esperanza, nos sostenga en el empeño de la búsqueda e ilumine nuestro camino hacia el tercer milenio cristiano.
San Juan Pablo II
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