Muchos católicos creen que deberíamos buscar u orar por carismas, pero esta idea está basada en un error sobre lo que son los carismas. Veamos lo que la Iglesia enseña acerca de los carismas. Según el catecismo (799), los carismas son gracias distribuidas por el Espíritu Santo para edificación de la Iglesia. El Catecismo también nos dice que los carismas “son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo” (800). Los carismas son por tanto distintos de las extraordinarias gracias místicas que se dan en las vidas de determinados santos y místicos (por ejemplo, éxtasis, visiones y locuciones),que son dados para beneficio del individuo. Los autores espirituales a menudo avisan justamente contra pedirle a Dios para tales fenómenos extraordinarios, ya que pueden conducir al ensimismamiento o a centrarnos en los dones de Dios más que en Dios mismo. Deberían ser recibidos con gratitud si son genuinos, pero buscados. Los carismas tienen el propósito de servir a otros y compartir la misión de la Iglesia.
Una vez que se reconoce el propósito de los carismas, no es sorprendente que San Pablo nos aliente a buscarles: “aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía” (1 Co 14, 1). Pablo también nos urge a ejercitar los carismas que se nos han dado: “Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe” (Rm 12:6). Pablo nos da varias listas de carismas. En Ef 4, 11-13 enumera aquellos que tienen dones de gobierno en la Iglesia; apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros. En otro lugar menciona los dones de servicio, enseñanza, exhortación, contribución, administración y actos de misericordia (Rm 12, 7-8; ver 1 Pe 2, 10-11). En 1 Co 12 nombra aquellos carismas que él llama “dones espirituales” porque dependen especialmente de la docilidad al Espíritu Santo: palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, fe, sanaciones, Milagros, profecía, discernimiento de espíritus, lenguas e interpretación de lenguas. Pablo también habla del carisma del matrimonio y del celibato (1 Co 7, 7); y quizá del ministerio del orden sacerdotal (1 Tim 4, 14; 2 Tim 1, 6). A estos se pueden añadir otros carismas mencionados en otros sitios del Nuevo Testamento: exorcismos, intercesión, hospitalidad, cantos espirituales, pobreza y martirio. Vemos que en todos estos casos los carismas tienen una capacidad edificante poderosa. ¿Cómo nos afanamos por conseguir los carismas”? La mejor manera es pedírselos a Dios, y luego desear ponerlos en práctica para el bien de otros con un espíritu de humildad y obediencia a la autoridad legítima.
Pablo da una enseñanza extensa sobre cómo utilizar los carismas para bien de la Iglesia en 1 Co 12-14. En mitad de esta enseñanza esta su magnífico himno al amor en 1 Co 13. Pablo nos quiere recordar que aunque los carismas son dones maravillosos de Dios, es el amor el que les da su valor. Incluso los carismas más extraordinarios pueden ser utilizados egoístamente u orgullosamente, y en este caso, no valen nada. Pero si se utilizan correctamente, se convierten en instrumentos poderosos del amor en el cuerpo de Cristo. Por ejemplo, si usted descubre que ha recibido un carisma de profecía, al ir poniendo ese don en práctica puede descubrir que usted puede alentar y fortalecer a otros en su fe. Quizá el carisma de otro de música o de intercesión, a su vez, le edifica a usted. A través de estos dones, reconocemos que no somos autosuficientes en nuestro caminar con el Señor; necesitamos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, y nos necesitan. Experimentamos lo que Pablo describe en Efesios: “de quien [Cristo] todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor” (Ef 4,16).
Finalmente, mencionamos la doctrina del Concilio Vaticano II. Uno de los grandes logros del Concilio fue un redescubrimiento de la dimensión carismática de la Iglesia que habían sido descuidados desde hacía tiempo. La doctrina del Concilio sobre los carismas se expresa en un pasaje de un equilibrio hermoso en Lumen Gentium 12:
“Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que “distribuye sus dones a cada uno según quiere” (1Cor., 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad”. Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno.
Este pasaje enfatiza lo importantes que son los carismas para la vida y misión de la Iglesia. Al advertirnos de no buscar los dones extraordinarios, el Concilio nos está recordando no desear dones particulares por su naturaleza espectacular o su potencial para atraer la atención sobre nosotros mismos. Más bien, nuestra motivación debe ser amor por Dios y por los demás. Donde la Renovación Carismática está sana y Madura, el énfasis no está en la naturaleza milagrosa o extraordinaria de los dones sino más bien en su capacidad para servir de mediación al amor de Dios a las personas y así servir a la misión de la Iglesia. De modo que no tema pedirle a Dios carismas, y ejercitar generosamente cualquier don que él graciosamente nos concede.
Preguntas a la Comisión Doctrinal del ICCRs
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