jueves, 17 de enero de 2019

Con su cruz nos ha curado

Isaías de Gaza
«Extendió la mano y lo tocó» (Mc 1,41)

Si nuestro Señor Jesucristo no hubiera curado todas las pasiones del hombre, pues para eso había venido, no habría subido a la cruz. En efecto, antes de venir nuestro Señor en la carne (Timoteo 3,16), el hombre estaba cojo, tullido, ciego, sordo, leproso, paralítico, estaba muerto por todo lo que está en contra de la naturaleza; pero cuando nuestro Señor Jesús vino, tuvo misericordia y vino por nosotros, resucitó al muerto, hizo ver al ciego, hablar al mudo, oír al sordo, enderezó al tullido, hizo andar al cojo, purificó al leproso, levantó al paralítico, y resucitó al hombre nuevo (Efesios 4,24), libre de toda enfermedad, y entonces subió a la cruz. Y suspendieron con Él a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. 

Son numerosos los signos que realizó Nuestro Señor Jesús (Juan 20,30). Que los ciegos vean es esto: aquel que se fija en la esperanza de este mundo es un ciego, pero si la abandona y atiende a la esperanza venidera (Colosenses 1,5; Hebreos 6,18), él ve. Asimismo, que los cojos anden es esto: el que busca a Dios y ama la voluntad carnal de su corazón es un cojo, pero si la abandona y ama a Dios con todo su corazón (Mateo 22,37), anda. Así también que los sordos oyen es esto: el que está en la distracción es un sordo de la cautividad y el olvido, pero si trabaja con ciencia, oye. Que los leprosos son purificados debe entenderse así -pues está escrito en la ley de Moisés: "El impuro no entrará en la casa del Señor" (cfr. Levítico 15,31)-: cualquiera que tenga enemistad hacia su prójimo, o envidia, u odio o una palabra malvada; pero si lo abandonan, son purificados. En adelante, si el ciego ve, si el cojo anda, si el sordo oye, y si el leproso queda limpio, el hombre que estaba muerto por estas cosas durante su vida de negligencia, resucita y queda renovado en adelante; y evangeliza a sus sentidos, que estaban empobrecidos en las santas virtudes, el que ha visto, el que anduvo, escuchó y fue purificado. Ésta es la defensa que expondrás a quien te bautizó. 

El bautismo es esto: mortificación en humildad y silencio. Pues está escrito sobre Juan: "Su vestido era de piel de camello, un cinturón de piel ceñía sus riñones en el desierto" (Mateo 3,4). Éste es el signo de la mortificación, lo que da acceso a que el hombre se purifique: si trabaja, se posee a sí mismo (cfr. Lucas 21,19), y si se posee a si mismo, persevera para subir a la cruz. 

La cruz es el signo de la inmortalidad, que llegará cuando sea cerrada la boca de los fariseos y de los saduceos (Mateo 22,34); los saduceos llevan la imagen de la incredulidad y de la falta de esperanza (Mateo 22,23); los fariseos llevan la imagen de la malignidad, de la hipocresía y de la vanagloria (Mateo 23,2-7), según está escrito: "Nadie se atrevió a interrogar a Jesús a partir de ese momento" (Mateo 22,46). Entonces envió a Pedro y a Juan para preparar la Pascua (Lucas 22,8). Esto es un símbolo para nosotros mismos, pues si el espíritu ve que no está dominado por nada, está preparado para la inmortalidad y juntando sus sentidos los hace un solo cuerpo (1 Corintios 12.12ss) y los alimenta, recibiendo ellos de él sin distinción.

Isaías de Gaza
Ascetikón: Con su cruz nos ha curado
«Extendió la mano y lo tocó» (Mc 1,41)
Logos 8 y 13

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