«El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz» (Mt 4,16).
Amados míos, instruidos sobre los misterios de la gracia divina, celebremos con gozo espiritual el día de nuestras primicias y la primera llamada de las naciones a la fe. Agradezcamos al Dios misericordioso que, según las palabras del apóstol Pablo, «nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido» (Col 1,12-13). ¿No es esto lo que había anunciado el profeta Isaías? «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1)…
Abrahán vio este día y se alegró al conocer que sus hijos según la fe serían bendecidos en su descendencia, es decir, en Cristo, y de lejos contempló la paternidad que, por su fidelidad, se extendería sobre todas las naciones: «Dio gloria a Dios totalmente convencido que las promesas que Dios le había hecho, se cumplirían» (Jn 8,56; Ga 3,16; Rm 4,18-21). Es este día también el que David cantó en los salmos: «Todos los pueblos vendrá a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre» (Sl 85,9). Y en otra parte: «El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia» (Sl 97,2).
Nosotros sabemos que todo eso se realizó cuando los magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para que conocieran y adoraran al Rey de cielo y tierra. La docilidad de esa estrella nos invita a imitar su obediencia y hacernos, en cuanto nos sea posible, los servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo. Cualquiera que en la Iglesia vive con devoción y castidad, cualquiera que aprecie las realidades de arriba y no las de la tierra (Col 3,2), se asemeja a esa luz celeste. Tanto en cuanto mantiene en él el resplandor de una vida santa, como una estrella muestra a los demás el camino que lleva a Dios. Tened todos esta preocupación, amados míos…; brillaréis en el Reino como hijos de la luz (Mt 13,13; Ef 5,8).
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia
Homilía:
Sermón 3º para la Epifanía, §5: SC 22 bis.
«El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz» (Mt 4,16).
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