Según el “Catecismo de la Iglesia Católica” número 2632, al orar, todo bautizado que trabaja en la Venida del Reino de Dios, está llamado a interceder.
La intercesión es una petición de oración que nos acerca a la oración de Jesús, a Aquel que es el único mediador entre Dios y la humanidad, como leemos en Rm 8, 34: “¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?”; y también en 1 Tim 2, 5: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también”.
Interceder significa rogar en favor de otra persona, que es una de las características de un corazón misericordioso, y una expresión de la comunión de los santos. Un intercesor está más centrado en el bien y el interés de otros. Un miembro de la Renovación Carismática piadoso, llamado a evangelizar, se convierte automáticamente en intercesor, como Jesús recomienda a San Pedro en Lucas 22,32: “pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”. En Hch 20, 28, San Pablo dice: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo”.
La oración tiene un aspecto triangular: Dios, los otros y nosotros. Esto quiere decir que toda persona piadosa a la fuerza es un intercesor. Jesús mismo da un buen ejemplo de esto, en la única oración que nos enseñó: él dice, “Padre nuestro”, no “Padre mío”, lo que significa, que todos somos hijos del mismo padre, y por consiguiente tenemos que ser solidarios entre nosotros. El Papa Juan Pablo II solía decir que uno no puede ser cristiano solo, pues un cristiano aislado es un cristiano en peligro.
Como las oraciones llevan a la intercesión, del mismo modo uno no puede evangelizar sin interceder, pues durante la evangelización uno entra en contacto con los sufrimientos, la miseria y la aflicción de los hombres. La intercesión, que es la clave de la evangelización, es una necesidad urgente de nuestra época. San Benito exhorta: “trabaja 8 horas, descansa 8 horas, y el resto de tu tiempo ora por otros”. La intercesión tiene más poder que una bomba.
Puede cambiar el destino de una nación, como lo evidencian las oraciones de intercesión de Santa Faustina, donde un partido político llegó a la asamblea con una mayoría aplastante, contrario a las encuestas de opinión, y el país se salvo de la destrucción. La intercesión destruye las fuerzas del mal. Un grupo de cristianos una vez intercedieron por la clausura de un club nocturno donde se sabía que ocurrían actos inmorales terribles, y para sorpresa general del público, las autoridades decidieron su cierre. La oración de intercesión ha cancelado también un encuentro de satanistas. Leemos en Josué 6, que después de siete días de oración y marcha alrededor de la ciudad, las murallas de Jericó cayeron.
¿Por quién debe intercede uno?
La intercesión no tiene límite. Oramos por todos: 1 Tim 2, 1–2 dice: “Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad”. Oramos también por cada situación en la vida incluso por aquellos que nos persiguen como está escrito en Rm 12, 14: “Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis”. En 2 Ts 1, 11, San Pablo dice: “Con este objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe”. En Col 1, 9 dice: “Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de Su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual”. Tenemos que interceder también mientras estamos en combate espiritual pues desde el momento que nos hacemos cristianos, estamos expuestos a encontrarnos y a amar a los otros, de modo que el combate espiritual está comprometido.
¿Cómo interceder?
Para interceder, es importante prestar atención, con amor y compasión, a los otros y a situaciones. Uno debe estar bien informado, escuchar con cuidado y amor a otros mientras escuchamos a Dios y al mismo tiempo estar atentos a los dictados, sensaciones y emociones interiores. Uno puede interceder también por el ayuno y el ofrecimiento de intenciones en la misa. El ejercicio de los carismas es normalmente de gran ayuda como se puede ver en Rm 8, 26: “Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”.
Cuando interceder
La intercesión se hace en todo momento: conduciendo, en un taxi, un tren o durante las horas de espera. Uno puede planear sus intenciones de oración según los diferentes días de la semana e incluso el período del día.
Año sacerdotal
Durante este año dedicado al sacerdocio, pidámosle a Dios por la gracia de interceder por nuestros sacerdotes. Son los representantes de Dios en la Tierra. Son nuestro dulce Cristo en la Tierra como le encantaba llamarlos a Santa Catalina de Siena. Pidamos por el cumplimiento y la productividad de su ministerio pastoral. Confiémoslos a María que tiene un cuidado maternal especial por todos los sacerdotes. Así que, siguiendo el pensamiento del Santo Padre, y el de este artículo sobre la intercesión, propongo la siguiente oración tomada de “Pastores dabo vobis” número 82:
Oh, María, Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes: acepta este título con el que hoy te honramos para exaltar tu maternidad y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos, oh Santa Madre de Dios
Madre de Cristo, que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del Espíritu Santo para salvar a los pobres y contritos de corazón: custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes, oh Madre del Salvador.
Madre de la fe, que acompañaste al templo al Hijo del hombre, en cumplimiento de las promesas hechas a nuestros Padres: presenta a Dios Padre, para su gloria, a los sacerdotes de tu Hijo, oh Arca de la Alianza.
Madre de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu para el nuevo Pueblo y sus Pastores: alcanza para el orden de los presbíteros la plenitud de los dones, oh Reina de los Apóstoles.
Madre de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo: acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los sacerdotes.
Amén
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