miércoles, 2 de enero de 2019

Meditación: Juan 1, 19-28

El Evangelio según San Juan comienza con una serie de relatos acerca de la Persona de Jesucristo, desde el testimonio del Bautista hasta la autorrevelación de Jesús en las Bodas de Caná (Juan 2, 11).

El Bautista dijo a los fariseos que el Mesías prometido ya estaba en medio del pueblo, pero que ellos no lo conocían. ¿No es esto algo que les sucede a muchos católicos? Han escuchado de Jesús, pero realmente no lo conocen personalmente. Respondiendo a quienes le preguntaron, Juan declaró enfáticamente que él no era el Mesías.

Los tres títulos sugeridos por los enviados de los fariseos que fueron a preguntarle a Juan (Cristo, Elías y el Profeta), contienen todas las esperanzas y expectativas de los judíos que esperaban al Mesías. El Bautista negó que estos títulos se aplicaran a él y señaló que era a Jesús a quien le pertenecían en derecho pleno, y eso nos lleva a dirigir la mirada a Cristo y ver que en él se cumplen todas las promesas de Dios.

Cuando contemplamos a Jesús, el Cordero de Dios, y lo que él hacía y cómo lo hacía, vemos que demostraba una humildad tan extraordinaria que reflejaba claramente su verdadera grandeza y, de hecho, su divinidad. La misión de Juan era la de señalar que Jesús era el Mesías de Dios, por eso no se consideraba digno ni siquiera de desatar las correas de las sandalias del Señor.

Nosotros, los fieles de hoy, tenemos que reconocer claramente cuál es la verdadera identidad de Jesucristo: Él es el Hijo de Dios, que vino al mundo para salvarnos y darnos la completa bendición de nuestra heredad como hijos de Dios. Nuestra razón es incapaz de entender cabalmente la naturaleza de Cristo y la trascendental importancia de su vida y su obra en el mundo. Él siempre será Aquél a quien “no conocemos” (v. Juan 1, 26). Solo el Espíritu Santo, si somos dóciles a su acción, puede hacernos conocer personalmente a nuestro Señor y Salvador.

En estos días, en que aún estamos en tiempo de Navidad, pidámosle al Espíritu de la Verdad que nos unja con la gracia de conocer personalmente a Cristo y familiarizarnos con sus enseñanzas y su ejemplo, y de esa manera poder acercarnos más a Dios cada día mediante la oración, los sacramentos y el estudio de su Palabra.
“Espíritu Santo, Señor, te pedimos que actúes en nuestro corazón para revelarnos a Jesús, para que, conociéndolo mejor, sepamos amarlo más completamente.”
1 Juan 2, 22-28
Salmo 98(97), 1-4

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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