viernes, 4 de enero de 2019

Meditación: Juan 1, 35-42

Fijando los ojos en Jesús, que pasaba,
dijo: “Éste es el Cordero de Dios” (Juan 1, 35)

San Juan Bautista dijo que Jesucristo era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Luego, repitió este testimonio a dos de sus discípulos y así puso en movimiento una sorprendente reacción en cadena. Primero, Andrés y otro discípulo fueron a conocer a esta persona de quien les hablaba Juan, y tras apenas un día de conversar con él, escuchar sus enseñanzas y ver sus actitudes, se convencieron de que éste era en efecto el Mesías tan esperado de Israel.

Andrés quedó tan impresionado con Jesús que fue a contarle a su hermano Simón, y éste, al encontrarse cara a cara con Cristo, empezó una nueva vida como Pedro, la Roca. A su vez, Felipe le llevó el testimonio a Natanael, que no demoró en declarar que Jesús era “el Hijo de Dios” y “el Rey de Israel” (Juan 1, 49).

¡Qué magnífica serie de eventos! El testimonio de un amigo, unos corazones bien dispuestos, un encuentro personal con Jesús… así fueron los humildes comienzos de la cristiandad, que hoy, según algunos, tiene unos 2.100 millones de fieles en todo el mundo. Todo comenzó con Jesús, que llamó a unos sencillos pescadores y los formó como discípulos durante tres años para que fueran sus apóstoles y prosiguieran en el futuro su misión de salvar al mundo.

Nosotros también llegamos a conocer a Cristo cuando pasamos tiempo en su presencia, escuchamos su Palabra, la ponemos por obra y obedecemos sus mandamientos. Luego podemos llevar el testimonio a nuestros familiares, amigos y conocidos. Pero, si queremos hacerlo en forma auténtica y eficaz, hemos de hablar con nuestro Señor y Redentor continuamente en la oración, iluminar el intelecto y la conciencia estudiando su Palabra y la doctrina de la Iglesia, y disfrutar de su presencia en la adoración frente al Santísimo Sacramento y recibir los sacramentos.

Ahora que estamos comenzando el año nuevo, dediquémonos a profundizar nuestra experiencia con el Señor y abrir el corazón a su amor mediante prácticas útiles, como dedicar diez minutos o más al día a la oración personal; hacerse un sincero examen de conciencia, arrepentirse de los pecados cometidos y confesarlos, leer la Sagrada Escritura y participar en la vida sacramental y comunitaria de la Iglesia.
“Jesús, Señor mío, quiero conocerte más, para que mi vida sea un testimonio verdadero de que tú eres el Hijo de Dios, el Rey y el Mesías.”
1 Juan 3, 7-10
Salmo 98(97), 1. 7-9

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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