domingo, 20 de enero de 2019

Meditación: Juan 2, 1-11

Saquen ahora un poco y llévenselo al encargado de la fiesta.
Juan 2, 8

El Evangelio según San Juan nos dice que el milagro de las Bodas de Caná fue la “primera señal” que Jesús realizó al comienzo de su misión mesiánica, la señal de que el Reino de Dios estaba apareciendo en el mundo y en la que se revelaba la gloria del Señor y la presencia de Dios en su Hijo Jesús. La autorrevelación de Jesús en Caná se refirió no solo a esa boda en particular, sino a toda la misión que Dios iniciaría y cumpliría por medio de la muerte, la Resurrección y la Segunda Venida de Cristo.

Según el profeta Isaías, la alianza entre Dios y su pueblo, que ahora es la Iglesia, estaría representada como una alianza matrimonial. El pueblo de Dios, la Esposa, ya no quedaría abandonada ni desolada debido a los efectos del pecado, sino que sería motivo de deleite para el Señor. Esta nueva relación era lo que se celebraría como una boda, en la cual la esposa estaría engalanada para su esposo y el gozo de ambos sería compartido por todos.

El banquete mesiánico, en el cual todas las cosas se cumplirán en Cristo y de cuya plenitud participarán los fieles de Dios, se presenta muchas veces como una ceremonia nupcial. Ahora mismo empezamos a tener parte en este banquete, pero su plenitud llegará cuando Cristo reúna a todo el pueblo en su Segunda Venida. Este cumplimiento se relata en el libro del Apocalipsis, en el que se describe la nueva Jerusalén en las bodas del Cordero, que personifica a la Esposa cuando es presentada a su Esposo (Apocalipsis 19, 7; 21, 2).

Jesús dio a conocer la gloria de Dios en el milagro de Caná, porque apuntaba hacia la Nueva Alianza, en la cual Dios cumpliría por medio de Cristo algo maravillosamente nuevo. Jesús utilizó las tinajas que comúnmente usaban los judíos para sus ceremonias de lavamiento (señal de la Antigua Alianza) y las transformó en vasijas del “mejor vino” (señal de la Nueva Alianza). Este milagro, realizado “al tercer día” (Juan 2, 1), hace referencia a la transformación que se produciría cuando hubiese llegado su hora de glorificar a Dios.
“Padre eterno, queremos tener parte en la boda celestial que se consumará cuando Jesús venga de nuevo y la Iglesia participe plenamente de su gozo.”
Isaías 62, 1-5
Salmo 96(95), 1-3. 7-10
1 Corintios 12, 4-11
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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