martes, 1 de enero de 2019

Meditación: Lucas 2, 16-21

Contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Lucas 2, 17-18

El misterio de la Virgen María, en el plan salvífico de Dios, se manifiesta en el honor que la Iglesia primitiva le rindió llamándola “Madre de Dios” casi desde el principio. Con este título, la Iglesia proclamó la verdad esencial de que “Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer… para rescatarnos… y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios” (Gálatas 4, 4-5). Tanto amó Dios al mundo que envió a su único Hijo para que, por su muerte y su resurrección, todos llegásemos a disfrutar de la vida eterna.

Cuando declaramos que la Virgen María es Madre de Dios, descubrimos una gran revelación, tanto acerca de Jesús como de ella misma. Cada suceso de la vida de Cristo, desde su encarnación hasta su cruz, resurrección y ascensión al trono del Padre, es prueba del infinito amor de Jesús a los seres humanos, como también de su condición divina. Las Escrituras dicen que María guardaba todas estas cosas en su interior, meditándolas en su corazón, y lo hacía porque atesoraba aquellos acontecimientos como revelaciones divinas.

María tenía una fe profunda en Dios, que la había llamado de un modo tan especial, de manera que no cabría pensar que meditar en los misterios de Dios fuese algo nuevo en su vida, y ella cooperó de buena gana con el plan divino de la salvación, demostrando así que se había consagrado a Dios incluso desde antes de que el ángel la visitara. ¿Por qué? Porque tenía el profundo deseo de hacer lo que estuviera de su parte para que se cumplieran a cabalidad los designios del Altísimo.

La vida de la Virgen María encierra una gran enseñanza para todos los creyentes. Es preciso que, en la oración, reflexionemos sobre las verdades de Dios y las atesoremos en el corazón, para que también nosotros seamos portadores de la palabra de vida para la salvación de nuestros seres queridos y de todo el mundo. Naturalmente, para hacerlo hemos de ser seguidores de Jesús y cumplidores de su Palabra, y para ello necesitamos hacer oración diaria, estudiar la Sagrada Escritura y acudir asiduamente a los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía.

¡Qué privilegio significa para nosotros poder llevar a Cristo a otras personas, o mejor dicho, llevar a otras personas a Cristo!
“Santísima Virgen María, te pido que me ayudes a ser fiel a tu Hijo, mi Señor y Salvador.”
Números 6, 22-27
Salmo 67(66), 2-3. 5-6. 8
Gálatas 4, 4-7

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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