domingo, 6 de enero de 2019

Oro, incienso y mirra



























San Bruno de Segni, obispo
«Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra» (Mt 2,11).

Los magos, guiados por la estrella llegaron desde Oriente hasta Belén y entraron en la casa en la que la bienaventurada Virgen María estaba con el hijo; abriendo sus tesoros, le ofrecieron tres dones al Señor: oro, incienso y mirra con los cuales le reconocieron como verdadero Dios, verdadero hombre y verdadero rey.

Son estos los dones que la santa Iglesia ofrece constantemente a Dios su Salvador. Le ofrece el incienso cuando confiesa y cree en él como verdadero Señor, creador del universo; le ofrece la mirra cuando afirma que él tomó la sustancia de nuestra carne con la que quiso sufrir y morir por nuestra salvación; le ofrece el oro cuando no duda en proclamar que él reina eternamente con el Padre y el Espíritu Santo…

Esta ofrenda puede también tener otro sentido místico. Según Salomón el oro significa la sabiduría celestial: «El tesoro más deseable se encuentra en la boca del sabio» (cf Pr 21,20)… Según el salmista el incienso es símbolo de la oración pura: «Suba mi oración como incienso en tu presencia» (Sl 140,2). Porque si nuestra oración es pura hace que llegue a Dios un perfume más puro que el aroma del incienso; y de la misma manera que este aroma sube hasta el cielo, así también nuestra oración llega hasta Dios. La mirra simboliza la mortificación de nuestra carne. Así pues, ofrecemos oro al Señor cuando resplandecemos ante él por la luz de la sabiduría celestial. Le ofrecemos el incienso cuando le dirigimos una oración pura. Y la mirra, por la abstinencia «cuando crucificamos nuestra carne con sus pasiones y deseos» (Ga 5,24), y llevamos la cruz siguiendo a Jesús.

San Bruno de Segni, obispo
Sermón: Oro, incienso y mirra
Sermón 1º sobre la Epifanía: PL 165, 863.

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