viernes, 4 de enero de 2019

Ver a Dios

Benedicto XVI
«Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41)

[...] Cuando, hace poco, me encontraba orando, pensaba en los dos primeros Apóstoles, los cuales, impulsados por Juan Bautista, siguieron a Jesús junto al río Jordán, como leemos en el evangelio de san Juan (cf. Jn 1, 35-37). El evangelista narra que Jesús se volvió hacia ellos y les preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?". Y él a su vez les dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1, 38-39). 

Ese mismo día los dos que lo siguieron hicieron una experiencia inolvidable, que los impulsó a decir: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1, 41). Aquel a quien pocas horas antes consideraban un simple "rabbí", había adquirido una identidad muy precisa, la del Cristo esperado desde hacía siglos. Pero, en realidad, ¡cuán largo camino tenían aún por delante esos discípulos! No podían ni siquiera imaginar cuán profundo podía ser el misterio de Jesús de Nazaret; cuán insondable e inescrutable sería su "rostro"; hasta el punto de que, después de haber convivido con él durante tres años, Felipe, uno de ellos, escucharía de labios de Jesús estas palabras durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?", y luego las palabras que expresan toda la novedad de la revelación de Jesús: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9). 

Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo. 

Entonces se convirtieron en sus mensajeros incansables, en sus testigos valientes hasta el martirio. 

"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Sí, queridos hermanos y hermanas, para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El que encuentra a Jesús, el que se deja atraer por él y está dispuesto a seguirlo hasta el sacrificio de la vida, experimenta personalmente, como hizo él en la cruz, que sólo el "grano de trigo" que cae en tierra y muere da "mucho fruto" (cf. Jn12, 24). 

Este es el camino de Cristo, el camino del amor total, que vence a la muerte: el que lo recorre y "el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25). Es decir, vive en Dios ya en esta tierra, atraído y transformado por el resplandor de su rostro. 

Esta es la experiencia de los verdaderos amigos de Dios, los santos, que han reconocido y amado en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado con amor en la oración. Ellos son para nosotros ejemplos estimulantes, dignos de imitar; nos aseguran que si recorremos con fidelidad ese camino, el camino del amor, también nosotros, como canta el salmista, nos saciaremos de gozo en la presencia de Dios (cf. Sal 16, 15).

Benedicto XVI
Discurso (01-09-2006): Ver a Dios
«Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41)
Peregrinación al Santurio de la Santa Faz de Manopello

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