«Y vienen a Betsaida: y le llevan un ciego y le piden que lo toque» (Mc 8, 22)
Llegan a Betsaida los apóstoles, a quienes el Señor había dicho: «¿Aún no comprendéis?» (Mc 8, 21) Pues la historia anterior contiene ya esto. Llegan a Betsaida, la aldea de Andrés y de Pedro, de Santiago y de Juan. Betsaida significa la casa de los cazadores, pues de esta casa fueron enviados a todo el mundo cazadores y pescadores (Cf. Jerón., In Ez. 28, 20).
Atended bien a lo que dice. La historia es manifiesta, la letra es patente: hemos de buscar el espíritu. Que viniera a Betsaida, que allí en algún lugar hubiera un ciego, que luego se marchara, ¿qué hay de grande en todo esto? Grande es ciertamente lo que hizo el Señor, mas si no se hace todos los días, lo que se hizo en otro tiempo, deja de ser grande para nosotros.
«Y vienen a Betsaida» Vienen los apóstoles a su propia casa, donde habían nacido. «Y le llevan un ciego».
Prestad mucha atención a esto, fijaos en lo que se nos dice. En la casa de los apóstoles hay un ciego, es decir, donde nacieron los apóstoles, allí está la ceguera. ¿Comprendéis lo que os digo? Este ciego es el pueblo judío, que estaba en casa de los apóstoles. «Y le llevan un ciego». Este es el ciego que en Jericó se sentaba junto al camino: no en el camino, sino junto al camino, esto es, no en la Ley verdadera, sino en la ley de la letra (Mc 10, 46). «Y le piden que lo toque». Aquel que estaba en Jericó, cuando oyó que pasaba Jesús, empezó a gritar, diciendo: «Hijo de David, ten piedad de mi», y los que pasaban le increpaban. Jesús, sin embargo, no lo increpa, pues no ha venido sino para las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15, 34). Mandó que fuera llevado ante él. Aquél, oyendo que Jesús le llamaba, «se puso en pie—dice el Evangelio—, dejó sus vestidos y corrió hacia él»(Mc 10, 50). No pudo ir con sus viejos vestidos, desnudo corrió hacia el Señor. Era ciego, sucios tenía sus vestidos, rotos y destrozados. Corrió, por tanto, como ciego, y fue curado. Porque de este modo estaba en Jericó junto al camino aquel ciego, que fue curado. Este de ahora, sin embargo, es curado en Betsaida.
«Y le piden que lo toque». Los discípulos piden al Señor y Salvador que lo toque. Pues él, a causa de su ceguera, no conocía el camino y no podía caminar, para tocar a Cristo. Se lo piden, diciendo: tócalo y quedará sano. Y tomó la mano del ciego y lo sacó fuera de la aldea (Mc 8, 23). Tomando su mano: porque aquella mano estaba llena de sangre, la tomó el señor y la purificó. Tomó su mano, mano de ciego, él que es camino y guía, y lo sacó fuera de la aldea.
¿Creéis que forzamos la Sagrada Escritura? Tal vez alguien diga para sus adentros: éste siempre busca alegorías y fuerza la Sagrada Escritura. Quien esto piense que me diga cuál es la razón de que Jesús entre en Betsaida y de que le sea presentado un ciego. No lo cura en la aldea, sino fuera de la aldea, lo que significa que no puede ser curado y ver en la ley, sino en el Evangelio. También hoy entra Jesús en Betsaida, esto es, en la sinagoga de los judíos: Jesús, es decir la palabra divina, entra en la sinagoga de los judíos, o sea, en las asambleas de los judíos. Pues bien, aquel ciego, mientras permanece en la sinagoga y en la letra (de la ley), no puede ser sanado, a no ser que sea sacado fuera. Lo sacó fuera de la aldea y poniéndole saliva en los ojos y habiéndole impuesto las manos... [1] La saliva de Cristo es medicina. Poniéndole saliva en los ojos y habiéndole impuesto las manos, le preguntó si veía algo. En la ciencia siempre hay progresos. No puede uno en una hora alcanzar la perfecta sabiduría, por capaz que sea. Nadie puede llegar a la perfecta ciencia, sino después de mucho tiempo y de un largo periodo de instrucción. Primero se quitan las manchas, se quita también la ceguera, y de este modo llega la luz. La saliva del Señor es la perfecta doctrina, la que, para enseñar perfectamente, procede de la boca del Señor. La saliva del Señor, por así decir, es ciencia que procede de la sustancia del Señor. Así como la palabra, que procede de la boca, es medicina, del mismo modo la saliva parece que sale como de algo de Dios, es decir, de su misma sustancia. Aquí, por tanto, lo que dice el Evangelio es esto: que el Señor, con una doctrina más secreta, lava el error de los ojos del ciego.
«Y poniéndole saliva en sus ojos, y habiéndole impuesto las manos». La saliva cura los ojos, al tiempo que las manos son puestas sobre la cabeza: la saliva aleja la ceguera, las manos confieren la bendición.
Y le preguntó si veía algo. Sabía el Señor qué veía y qué no veía el ciego, sin embargo, preguntó si veía algo.
Cuando le pregunta esto, sabe qué es lo que aún no veía perfectamente. Y levantando los ojos, dice... (Mc 8 24). Hermosamente escribió el evangelista: levantando los ojos: el que, mientras era ciego, miraba hacia abajo, miró hacia arriba y fue sanado.
«Levantando los ojos, dice: veo los hombres como árboles que caminan». Ni está ciego, ni tiene los ojos en perfecto estado. «Veo los hombres como árboles, que caminan». Lo que equivale a decir: hasta ahora veo sólo la sombra, no veo aún la realidad. Al decir «Veo los hombres como árboles, que caminan», quiere decir esto: veo algo más en la ley, mas aun no veo la luz clara del Evangelio. También hoy los judíos ven los hombres como árboles, que caminan: ven a Moisés y no lo ven, leen a Isaías y no lo entienden. Ven los hombres. Un hombre es, en efecto, Isaías. Jeremías y todos los profetas son también hombres en comparación con los jumentos. «El hombre no ha comprendido su dignidad: se ha asemejado a los animales irracionales y se ha hecho semejante a ellos» ( Sal 48, 13). Por ello, a los profetas racionales no los ven como hombres, sino como árboles, es decir, como irracionales y sin inteligencia.
«Luego le impuso de nuevo las manos sobre sus ojos». Tú que crees que fuerzo la Escritura, tú que dices: violentas el texto, ¿tiene esto tan sólo un sentido literal?, ¿no hay acaso nada intrínseco? Tiene las manos puestas sobre los ojos del ciego y le pregunta si ve algo. «Y puso de nuevo las manos sobre los ojos del ciego y comenzó a ver». Ved lo que dice. «Puso las manos sobre sus ojos y comenzó a ver». Con las fuerzas naturales, aun cuando tuviera vista, no hubiera podido ver con las manos puestas sobre sus ojos. Pero la mano del Señor es más clara que todos los ojos. «Y le puso las manos sobre sus ojos y comenzó a ver».
Y fue curado, de modo que veía con claridad todas las cosas. Es decir, veía todas las cosas que vemos nosotros: veía los misterios de la Trinidad, veía todos los misterios que hay en el Evangelio. «De modo que veía con claridad». Nunca hubiera dicho esto el evangelista, si no hubiera habido quienes veían, pero no con claridad. De este modo, como dice el evangelista, con claridad, es también como vemos nosotros ahora, pues creemos en Cristo, que es la verdadera luz. Ahora bien, entre unos videntes y otros hay una gran diferencia. Según la fe de cada creyente es Jesús grande o pequeño. Si soy pecador y hago penitencia, toco sus pies; si soy santo, lavo su cabeza.
Y lo mandó a su casa, diciendo: «Vete a tu casa, no entres en la aldea y no se lo digas a nadie». Fijaos atentamente. Este ciego estaba en Betsaida y fue sacado fuera. Allí fue curado no en Betsaida, sino fuera de Betsaida. Y, porque fue curado, se le dice: vuelve a tu casa, pero no vayas a la aldea. De Betsaida es sacado: allí es encontrado. Y ¿cómo es que no está en Betsaida su casa? Fijaos en lo que dice el Evangelio. Si lo interpretamos en sentido literal, no puede en absoluto sostenerse. Pues si este ciego es encontrado en Betsaida y sacado fuera de Betsaida, donde es curado, y se le dice: «Vuelve a tu casa», ciertamente se le dice: «Vuelve a Betsaida». Mas si vuelve a Betsaida, ¿cómo se le dice: no entres en la aldea? Veréis, por tanto, que la interpretación del texto debe ser espiritual.
El ciego es sacado de la casa de los judíos, de la aldea de los judíos, de la ley de los judíos, de la letra de los judíos, de las tradiciones de los judíos. El que no había podido ser sanado en la ley, es sanado en la gracia del Evangelio, y se le dice: vuelve a tu casa, no a esta casa, que piensas, de donde saliste, sino a la casa de donde fue también Abraham. Ya que Abraham es el padre de los creyentes. «Abraham vio mi día y se alegró» (Jn 8, 56). Vuelve a tu casa, esto es, a la Iglesia. «Mientras vengo—dice San Pablo—para que sepas cómo debes gobernar la Iglesia, que es la casa de Dios»(1 Tim 3, 15).
Verás, por tanto, que la casa de Dios es la Iglesia. Por ello se le dice al ciego: ve a tu casa, es decir, a la casa de la fe, es decir, a la Iglesia, y no vuelvas a la aldea de los judíos.
Notas
[1] Jesús efectúa la curación, realizando un verdadero milagro, pero siguiendo el uso de los hebreos: los antiguos, particularmente, consideraban la saliva como un remedio para las enfermedades de los ojos.
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