“Tengo fe, pero dudo, ayúdame”
Vienes a acercar tu oído y escuchar, vienes a abrir tus ojos y ver los prodigios que nos enseña la fe. Vienes a formarte una mirada nueva, vienes a crearte unos oídos escondidos. Estás invitado a oír cosas escondidas...; has sido llamado a ver realidades espirituales... Vienes a ver lo que todavía no eres y renovarte entrando en la nueva creación.
La Sabiduría estaba con tu Creador en sus obras primeras (Pr 8,22). Pero en la segunda creación es la fe la que estaba con él; en ese segundo nacimiento la fe le ayuda. La fe acompaña a Dios en todas las cosas, y hoy no hace nada nuevo sin ella. Le hubiera sido fácil hacerte nacer del agua y del Espíritu (Jn 3,5) sin ella y, sin embargo, no te hacer nacer al segundo nacimiento sin haber recitado antes el símbolo de la fe, el credo. Podía renovarte, y de viejo, hacerte nuevo y, sin embargo, no te cambia ni te renueva antes de haber recibido de ti, como prenda, la fe. Se exige la fe al que es bautizado, y es entonces cuando recibe del agua, los tesoros. Sin la fe todo es vulgar; cuando la fe viene, las cosas viles se manifiestan gloriosas. Sin la fe, el bautismo es de agua; sin la fe, los misterios que vivifican son pan y agua; sin el ojo de la fe, el hombre que ya era manifiesta únicamente eso que es; sin el ojo de la fe, los misterios son vulgares, y viles los prodigios del Espíritu.
La fe mira, contempla y considera secretamente el poder escondido en las cosas... Porque escucha: llevas en tu mano una parcela del misterio que, por su naturaleza, es pan vulgar; la fe lo mira como lo que es, el cuerpo del Único... El cuerpo ve pan, vino, aceite, agua, pero la fe obliga a su mirada a ver espiritualmente lo que no ve corporalmente, es decir, a comer el Cuerpo en lugar de pan, a beber la Sangre en lugar de vino, a ver el bautismo del Espíritu en lugar de agua, y el poder de Cristo en lugar de aceite.
Filomeno de Mabboug (¿-c. 523)
obispo de Siria
Homilía 3, 52-56
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