sábado, 16 de febrero de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 160219


Nuestro pastor se nos da como alimento

“¿Quién proclamará las proezas del Señor, quién cantará sus alabanzas?” (Sal 106,2) ¿Qué pastor ha alimentado jamás a su rebaño con su propio cuerpo? A menudo, las madres confían a sus hijos a una nodriza. Pero Jesucristo no puede aceptar esto para sus ovejas. Él mismo nos alimenta con su propia sangre y así nos convierte en un solo cuerpo con Él.
Considerad, hermanos míos, que Cristo nació de nuestra sustancia humana. Pero, me diréis ¿qué importa? Esto no tiene que ver con todos los hombres. ¡Perdón, hermano! Es para todos una gran ventaja. El hecho que haya venido y haya tomado la condición humana concierne a toda la humanidad. Y si ha venido por todos, también ha venido por cada uno en particular. Talvez me diréis: -¿Porqué, entonces, no todos los hombres han recibido el fruto que les debía llegar con esta venida?- ¡No acuséis a Jesús que ha escogido este medio para la salvación de todos! El fallo está en los que rechazan este beneficio. Porque en la eucaristía, Jesús se une a cada uno de sus fieles, los hace renacer, los alimenta de si mismo, no los abandona a otro y así los convence una vez más de que realmente tomó nuestra carne.


San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 82; PG 87,737

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