Al bajar de la montaña con Pedro, Santiago y Juan, Jesús se enteró de que los demás discípulos no habían podido expulsar al demonio de un muchacho poseso. Después de lamentar la falta de fe de sus amigos, echó al demonio y les dijo: “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno” (Marcos 9, 29), de lo que se desprende claramente que la fe y la oración son dos ingredientes vitales para presenciar la poderosa acción de Dios. Como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Tal es la fuerza de la oración, ‘todo es posible para quien cree’, con una fe ‘que no duda’. Tanto como Jesús se entristece por la ‘falta de fe’ de los de Nazaret y la ‘poca fe’ de sus discípulos, así se admira ante la ‘gran fe’ del centurión romano y de la cananea.” (CIC 2610)
Pero ¿qué es la fe? Así como el pajarillo percibe la luz que se aproxima y entona su trino para saludar la alborada cuanto todavía está oscuro, así también es la fe en Dios, que sabe que obtendrá lo pedido aun cuando parezca no haber esperanza. ¿Qué es la oración? Santa Teresita de Lisieux decía que es “un impulso del corazón; una sencilla mirada hacia lo alto del cielo, un grito de reconocimiento y amor, que acepta la prueba y el gozo al mismo tiempo.” En otras palabras, es tanto una humilde apertura y una confiada respuesta a la presencia y la voluntad de Dios.
¿Quieres tú experimentar libertad en tu vida? ¿Quieres ver que tu familiar o tu amigo recupere la salud por completo? Cree de todo corazón y ora con todas tus fuerzas, porque Jesús ha venido a liberar a todo su pueblo y no se alegra del sufrimiento de nadie. Cree que el Señor quiere curar y liberar a los que sufren y quitar el pecado que nos mantiene esclavizados. No dejes nunca de orar, ni siquiera hasta el último momento; más bien mantén una actitud de fe y confianza y sigue insistiendo. Ten la certeza de que, al poner la situación en manos de Jesús, el Señor prevalecerá según su sabiduría y su poder. Y lo mejor es hacer oración profunda y concentrada para obtener lo que pedimos, y mejor aún si lo acompañamos con ayuno, como lo recomienda el Señor.
“Jesús, Señor y Dios mío, te doy gracias por salvarme y librarme del pecado. Enséñame a creer más y a orar con más confianza. Señor, ¡quiero ver tu poder en acción el día de hoy! Amén.”
Eclesiástico 1, 1-10
Salmo 93, 1-2. 5
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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