El acto de fe más bello es el que brota de los labios en plena oscuridad, en medio de los sacrificios, los sufrimientos, en el supremo esfuerzo de una voluntad firme de hacer el bien. Como el rayo, este acto de fe rasga las tinieblas de tu alma; en medio de los relámpagos de la tormenta te levanta y te conduce a Dios.
La fe viva, la certeza inquebrantable y la adhesión incondicional a la voluntad del Señor es la luz que ilumina los pasos del pueblo de Dios en el desierto. Es esta misma luz la que brilla a cada instante en todo espíritu agradable al Padre. Es esta la luz que ha conducido a los magos y les ha hecho adorar al Mesías recién nacido. Es la estrella profetizada por Balaam (Nm 24,17), la antorcha que guía los pasos de todo hombre que busca a Dios.
Ahora bien, esta estrella, esta antorcha, son las que igualmente iluminan a tu alma, la que dirige tus pasos para evitar que vacilen, la que fortalece tu espíritu en el amor de Dios. Tú no la ves, no la comprendes, pero es que no es necesario. No verás más que tinieblas, pero, ciertamente, no las de los hijos de la perdición, sino las que envuelven al Sol eterno. Ten por seguro que este Sol resplandece en tu alma; el profeta del Señor ha cantado, refiriéndose a ella: «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36,10).
Padre Pío de Pietrelcina
Carta: No hace falta que Dios de un signo exterior
¿Por qué esta generación pide un signo? (Mc 8, 12)
CE 57; Ep 3, 400 s
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