¡Qué asombrosa declaración! Los fariseos, a pesar de los milagros que habían presenciado, exigían otra señal más. Pero cuando Jesús trató de advertir a sus discípulos que se cuidaran de la hipocresía de los fariseos, ellos entendieron algo totalmente distinto. Finalmente, cuando Jesús quiso curar al ciego de Betsaida, solamente pudo hacerlo gradualmente. Tampoco Pedro ni los demás discípulos recibieron la vista espiritual completa de inmediato; ellos también aprendieron a ver gradualmente.
Con esta declaración, “Tú eres el Mesías”, al parecer San Pedro había llegado finalmente a entender quién era Jesús y por qué había venido al mundo. Con todo, como sucedía con el ciego que había sanado en forma parcial, la visión de San Pedro todavía no era clara del todo. Cuando Jesús comenzó a explicar que luego tenía que sufrir y morir, el apóstol demostró que no entendía las consecuencias de lo que él mismo acababa de decir. Habiendo afirmado que Jesús era el ungido de Dios, ¡se puso a discutir con él!
Cuando declaramos que Jesús es el Señor, ¿entendemos realmente lo que eso significa? Los discípulos pensaban que sabían lo que debían esperar del Mesías: Demostraciones de poder político y un carisma que lo hiciera cada vez más popular. Pero no entendían que Jesús venía a vencer al pecado tomando sobre sí mismo el castigo que todos merecíamos, llevando en su propio cuerpo las consecuencias de nuestra desobediencia.
Probablemente todos estamos de acuerdo en que Jesús es el Mesías. Pero ¿hasta qué punto relacionamos esa declaración con su muerte en la Cruz? ¿Es posible que tengamos miedo de mirar a nuestro propio corazón y ver la profunda necesidad que tenemos de perdón y liberación? Pero esta es la buena noticia del Evangelio: Jesús nos ha perdonado y librado del poder esclavizador del pecado. En efecto, tenemos un Salvador que nos ama, de manera que no hay por qué tener miedo de escudriñar el corazón porque el Señor ya sabe lo que hay allí y nos ofrece su libertad y su amor. Todo lo que nos pide es que confiemos en él sin reservas y creamos en su palabra y en su amor sanador.
“Jesús, Señor nuestro, abre nuestros ojos y ayúdanos a creer que por tu muerte y tu resurrección has derrotado el poder del pecado y que ofreces salud y una nueva vida a todos los que a ti se acogen.”
Génesis 9, 1-13
Salmo 102, 16-23. 29
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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