Sin duda los discípulos se quedaron mirando sin comprender cuando Jesús habló de “la levadura” de los fariseos y de Herodes. ¿Qué les estaba diciendo? Los discípulos realmente no entendían.
Pero el Señor estaba simplemente usando el ejemplo de la levadura, que poco a poco impregna toda la masa, para advertirles que debían cuidarse de las malas influencias. La “levadura” a la que se refería Cristo era la persistente incredulidad de sus opositores, que pedían “una señal del cielo” incluso después de que él había dado de comer a cuatro mil personas con apenas siete panes. Naturalmente, los discípulos eran amigos de Jesús, pero también podían caer en la incredulidad. Así, recordándoles los milagros hechos, Jesús les aconsejaba que mantuvieran los ojos abiertos para ver las señales de su autoridad y su poder, porque sabía que si ellos dejaban de observar atentamente sus obras y pedir más y más entendimiento de lo que él hacía, la poca fe que tenían podía esfumarse.
Jesús nunca ha dejado de darnos señales hoy de su presencia y de su amor; todo lo que tenemos que hacer es aprender a poner atención y fijar la vista. Porque bien puede suceder que, si la vida se nos hace peor de lo que esperamos, tal vez nos parezca difícil confiar en Dios. Pero si uno se acostumbra a mirar y escuchar estas señales con fe, el Espíritu Santo nos ayuda a identificarlas y entenderlas. Un sencillo acto de bondad, una inspiración de ayudar a un amigo, una frase de la Escritura, una palabra de aliento de un vecino, son cosas ordinarias que suceden en cualquier parte, pero pueden ser señales de que Dios nos está guiando y protegiendo.
El Padre nos ama profundamente y tiene reservados innumerables tesoros para sus hijos. Durante el día, nos invita a compartir con él aquello que nos preocupa o nos interesa, de la misma manera que él quiere compartir con nosotros sus dones de amor. Hermano, no temas recibir lo que Dios quiere darte hoy; pon atención a la suave voz del Espíritu Santo en tu corazón, y permite que te haga ver y comprender las señales del amor y el poder de Dios. Están por todas partes; solo hace falta reconocerlas.
“Gracias, Jesús, Señor mío, por no dejarme solo, aun cuando no te vea. Gracias por todas las veces que me has protegido y me has dado fuerzas para soportar las dificultades. Eres maravilloso y te amo. Amén.”
Génesis 6, 5-8; 7, 1-5. 10
Salmo 29, 1-4. 9-10
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario