«Tomando los siete panes y dando gracias, los rompió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran» (Mc 8,6)
Jesús partió el pan. Si no lo hubiera partido ¿cómo habrían llegado hasta nosotros sus migajas? Pero lo rompió y lo repartió; «lo repartió y lo dio a los pobres» (Sal 111,9 Vlg.). Lo rompió por gracia, para romper la cólera del Padre y la suya. Dios lo había dicho: nos hubiera roto si su Único, «su elegido no se hubiera puesto en la brecha frente a él para apartar su cólera del exterminio» (Sal 105,23). Se mantuvo frente a Dios y lo apaciguó; por su fuerza incomparable, se mantuvo en pie, no roto.
Pero él mismo, voluntariamente, rompió, ofreció su carne rota por el sufrimiento. Es ahí que «rompió la fuerza del arco» (Sal 75,4), «rompió las cabezas del dragón» (Sal 73,14), a todos sus enemigos en su cólera. Ahí rompió, en cierta manera, las tablas de la primera alianza, a fin de que nosotros no estuviéramos ya bajo la Ley. Es allí que rompió el yugo de nuestra cautividad. Rompió todo lo que nos rompía para reparar en nosotros todo lo estaba roto y para «dejar libres a los oprimidos» (Is 58,6). En efecto, estábamos «cautivos de hierros y miserias» (Sal 106,10).
Buen Jesús, todavía hoy, aunque hayas roto la cólera, partido el pan para nosotros, pobres mendigos, seguimos teniendo hambre. Parte, pues, cada día este pan para los que tienen hambre. Porque hoy y todos los días recogeremos algunas migajas, y cada día de nuevo tendremos necesidad de nuestro pan cotidiano. «Danos hoy nuestro pan de cada día» (Lc 11,3). Si tú no nos lo das ¿quién nos lo dará? En nuestro desvalimiento y nuestra necesidad no tenemos a nadie para que nos rompa el pan, nadie para alimentarnos, nadie para rehacer nuestras fuerzas si no eres tú, Dios nuestro. En todas las consolaciones que nos mandas, recogemos las migajas de este pan que nos rompes y saboreamos cuán suave es tu misericordia.
Balduino de Ford
El Sacramento del Altar: Rompió todo lo que nos rompía
«Tomando los siete panes y dando gracias, los rompió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran» (Mc 8,6)
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