por Philippe Madre
(síntesis de Montse González)
"Por eso, tomad las armas de Dios ... " (Ef 6, 10 - 20)
El combate espiritual es el combate contra el Mal, contra el Maligno. Él es el primer enemigo, es el que tentó a Jesús en el desierto y en Getsemaní. El Maligno quiere destruir al hombre en su vida física, psicológica y espiritual; entendiendo nuestra vida espiritual como la vida con Dios. El hombre está hecho para la vida, para vivir plenamente la vida de Dios. El Maligno tratará por todos los medios de desviarnos de la dirección correcta. Tiene, para ello, dos aliados con los que vivimos a diario: el mundo y la carne
÷ EL COMBATE CONTRA EL MAL
Éste es el primer aspecto del combate espiritual. Es un combate personal entre el Maligno y yo. El Maligno sólo puede actuar contra mí a través de la tentación. No tiene ningún poder directo sobre mi; no puede destruir nada en mi si yo no soy cómplice de alguna manera. Por eso va a querer tentarme, va a querer confundirme o engañarme.
El primer intermediario es el mundo. El Maligno se esconde detrás del mundo. Al decir "mundo" nos referimos a un estado espiritual que también puede estar dentro de nosotros. Encontramos esta consideración en el prólogo del Evangelio de S. Juan: "La luz ha venido al mundo y el mundo no la ha recibido". El mundo es una especie de poder oscuro y ciego que rechaza acoger el Amor de Dios y no quiere conocerlo ni oír hablar de Él. El mundo es una mentalidad que se cierra a la vida del Dios que puso su tienda entre nosotros y nos ama infinitamente.
Una de las manifestaciones del mundo actual es lo que el Papa llama "la cultura de la muerte" que quiere hacernos ver como normal algo que va contra la vida misma, que es única, sagrada e inviolable. El mundo está a nuestro alrededor; nosotros estamos dentro y hemos sido llamados a mantenernos en el mundo, pero sin ser del mundo; llamados a no ser prisioneros de las ideas de la cultura dominante del s. XXI. El mundo tiene un miedo profundo a los verdaderos cristianos porque dan testimonio de Cristo y esto hace dudar a aquellos que están plenamente en el mundo. El verdadero cristiano suscita interrogantes al mundo.
Hay un segundo intermediario que la Biblia llama la carne. La palabra carne se pude entender de formas muy diferentes, pero para el combate espiritual sólo hay un sentido que nos interesa y S. Pablo lo utiliza muy a menudo en sus cartas. La carne está en cada uno de nosotros; es una parte de nuestro comportamiento, de nuestros sentimientos; es una parte de nuestro ser interior; es una parte que está en contra del espíritu. El espíritu del hombre está en cada uno de nosotros; es el que me hace salir de mis egoísmos, hace que me preocupe de los demás, que no mire mis intereses sino que mire los intereses de mi hermano/a. El espíritu del hombre es quien hace de cada uno de nosotros "servidores" en todos los campos de la vida.
La carne está en contra del espíritu y, en muchos momentos, en nuestros comportamientos, opiniones, decisiones..., la carne se va a oponer a que nosotros nos demos a los demás. Por la carne va a venir la tentación. Es normal tener tentaciones. No creamos que puede haber una vida sin tentaciones; aquél que se cree un buen cristiano porque no tiene tentaciones es un iluso espiritual.
Hay tres grandes campos en nuestras vidas donde nuestra carne puede hacerse cómplice del Maligno y nos puede hacer sucumbir a la tentación. Y, puesto que el combate es algo que nos acompaña hasta el final de nuestros días, debemos aprender a examinarnos a la luz de Dios en cada etapa de nuestra vida.
El primer campo tiene relación con el propio deseo. Tiene que ver con la manera de desear las cosas en nuestro corazón, que puede llevarnos a una tendencia posesiva de tener, de poseer, de acaparar. Nos lleva a vivir egocéntricamente. Esta desviación provoca que lo primero es mi deseo o mi placer o mi yo, antes que el deseo del otro o la necesidad del otro.
El segundo campo parte del deseo normal de ser querido, respetado, reconocido. Este deseo puede llevarnos a una desviación que da lugar a querer ser admirados, a buscar tener buena fama, a desear ser bien vistos por todos; incluso a ser idolatrados. Esto es lo que llamamos la vanidad. La vanidad puede convertirse en el motor de muchas de nuestras acciones. En vez de ser movidos por el amor, somos movidos por el deseo de ser admirados.
El tercer campo es la desviación de algo muy hermoso y humano. Es la necesidad de crear que hay en todos nosotros, de utilizar mi tiempo, mi inteligencia, mis cualidades... para mejorar el mundo, para servir a los otros, para extender los valores del Reino de Dios. Esta desviación se da cuando el hombre quiere controlarlo todo, dominarlo todo para ser "el más" y no para ayudar a los otros. Esto trae como consecuencia el poder y el querer tener siempre la razón.
El combate espiritual implica vernos por dentro para analizar en qué campo podemos estar "tocados" y ver esto dentro del cuadro de nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro Grupo de Oración, nuestro servicio pastoral, nuestras relaciones humanas... para no dejar grietas por donde se puede colar el Maligno y hacernos sucumbir.
La primera etapa de un combate espiritual es la etapa de reconocimiento de la verdad que solamente el Espíritu Santo puede permitirnos vivir. Sólo el Espíritu nos convence de pecado, dice S. Juan. Y cuando yo me reconozco pecador en un campo concreto, recibo la misericordia de Dios y Él me da la gracia de no cultivar miedos o remordimientos y abrirme a un nuevo futuro con Dios con bases más sólidas. Por eso, la vida del cristiano es ir de victoria en victoria. Cada victoria sobre el mal me prepara para la siguiente, porque es un avance hacia la luz de Dios; me acerca más a Dios y a que mi vida sea una vida construida en la vida de Dios.
Hay cinco formas de proteger la vida de Dios en nosotros, es decir, de que el Bien triunfe sobre el Mal, de que Dios triunfe sobre nuestro "yo" :
1. La oración. El diálogo con el Amor. No es hacer un número determinado de oraciones; es una cuestión de amor. El Amor es un mendigo en medio de nosotros y necesita ser reconocido, saber que existe para alguien. Oración como diálogo de amor entre Dios y nosotros. La oración de alabanza es excelente porque nos permite salir de nosotros mismos para ir hacia Dios. La oración de adoración tiene el mismo movimiento: salimos de nosotros y vamos hacia Jesús. Y lo más importante, en el combate espiritual, es la perseverancia en la oración. No rezamos sólo cuando estamos bien, cuando nos apetece ... La verdadera oración es aquella que se prolonga cuando no nos apetece. Es una cuestión de fidelidad a Jesús que sabemos nos ama. Hay un padre de la Iglesia que decía: "La gloria está reservada a Dios. Pero hay una "gloria" para el hombre: durar en la fidelidad, durar en este deseo de oración. Una vez que nos hemos convertido y hemos decidido cambiar, salir del abismo, la gloria del hombre es durar en la fidelidad".
2. La Iglesia. Nosotros no hemos sido hechos para combatir solos. La Iglesia es como el padre que vigila a sus hijos y ve como sus hijos aprenden a andar y a caminar siguiendo a Cristo. Cuando hablo de la Iglesia, hablo de los sacramentos. Especialmente de la Eucaristía y también de la Reconciliación que es un arma excelente aunque no tengamos grandes pecados; porque el sacramento de la Reconciliación no sólo nos limpia de los pecados graves, también nos ayuda a situarnos cada vez más en la luz de Cristo y esto nos ilumina para ver nuestras malas tendencias.
3. Las obras de misericordia. Es el comportamiento espiritual que nos lleva a ponernos al servicio. ¿Al servicio de quién?. Al servicio de todos aquellos que necesitan a Dios de una forma u de otra. Hay situaciones de estancamiento espiritual que pueden superarse a través de las obras de misericordia, que suponen -muchas veces- dejar de mirarnos a nosotros mismos y abrirnos a las necesidades de otros seres humanos.
4. La contemplación. Es una forma muy cercana a la oración pero lleva consigo este matiz: buscar la presencia de Dios en nuestro corazón de una forma cada vez más permanente; cultivar la atención del corazón al Amor de Dios, aunque no sienta nada, aunque tenga la impresión de que Dios está muy lejos de mí; superar lo que son sólo impresiones y vivir la realidad espiritual de que soy morada de Dios. Él espera que yo esté atento a su presencia. San Juan de la Cruz vivió esto en las tentaciones más terribles de su vida. Sale de ellas volviéndose espontáneamente a la presencia de Dios en él. La contemplación es que Dios esté presente en mi corazón, en mi vida, en todas mis circunstancias; no solamente en los momentos de oración y de celebración, sino también cuando estoy en cualquier actividad: familiar, profesional, apostólica... Él está en mi corazón. Él se esconde en mi corazón y espera que me acuerde de Él; espera que mi corazón esté atento a Su presencia en el metro, en el autobús, en el coche, en el trabajo, cocinando...
5. La obediencia. Todos nosotros tenemos necesidad de ser mirados con una mirada espiritual. Esto es : que alguien conozca lo que vivimos, todo lo que nos puede perturbar, todo lo que nos puede hacer daño o dar miedo, lo que nos puede hacer caer en el pecado. Y esa persona nos ayuda, nos cuida y nos protege, nos orienta. Esta persona nos ayuda a conocernos interiormente, ora por nosotros y con nosotros, nos mira con misericordia y nos anima en el camino.
÷ EL COMBATE PARA DIOS
El segundo aspecto del combate espiritual es lo que llamaremos "el combate para Dios". Es aprender a ponerse del lado de Dios, a dar testimonio del Amor de Dios, aprender a vivir en la línea de nuestro Bautismo y Confirmación. El combate para Dios comprende la búsqueda de la voluntad de Dios para nosotros, pues aunque somos tentados y somos vulnerables y caemos en el pecado, Dios quiere algo para mí.
Muchas veces, sobre todo cuando estamos en situaciones difíciles o cuando tenemos que tomar decisiones importantes, cuando estamos perdidos, preguntamos a Dios: Señor, ¿qué quieres que haga?. Y el Señor raramente responde. Nosotros queremos que nos responda inmediatamente y concretamente. El Señor no nos quiere decir lo que tenemos que hacer porque no somos marionetas en sus manos; somos seres libres, hombres y mujeres pecadores y heridos, pero libres.
Así pues, la voluntad de Dios sobre nosotros no es una cuestión de algo qué hacer, sino una cuestión de ser alguien. El Señor quiere que yo sea alguien especial: una persona que manifieste en todo mi ser la Alianza de Amor que hay entre Dios y yo. La voluntad de Dios es que yo sea cada vez más transparente a su Amor en medio del mundo. Pero no me va a decir cómo tengo que hacer las cosas;, lo que me pedirá es que yo encuentre la forma de hacer las cosas siendo reflejo de su Amor.
El Señor sabe muy bien que el pecado puede poner confusión en el hombre, haciéndolo dudar entre el bien y el mal; por eso nos da ciertas pautas para no caer en esa confusión. Estas pautas no son los mandatos del mundo. Nosotros las conocemos y la Iglesia nos las enseña: es lo que llamamos la moral cristiana. No son sólo unos mandamientos que yo deba cumplir por obligación. Entrar en la voluntad de Dios es entrar con libertad por este camino.
Cristo jamás impuso nada a sus discípulos. Él les invitó a seguirle y, de hecho, muchos de los discípulos que al principio estaban con Jesús no se quedaron con Él mucho tiempo y otros lo traicionaron en algún momento. Miremos el momento de la pasión de Jesús: ¿cuántos se quedaron con Él?. Esto muestra bien que irradiar el Amor de Jesús o cumplir su voluntad es el gran combate de la persona humana.
A menudo tenemos una idea equivocada de lo que es la voluntad de Dios; por eso muchas veces deseamos respuestas y Él no responde como quisiéramos. Dios responde a su manera, es decir, nos indica un camino discretamente, a través de un encuentro con una persona, de un acontecimiento de nuestra vida, de una oración... Muchas veces eso lo vemos más tarde cuando reflexionamos pasado un tiempo y descubrimos que Dios actuó en nuestra vida.
En esta reflexión sobre cómo entrar en la voluntad de Dios, nos ayudará el texto bíblico del primer libro de Samuel en el capítulo 17. Es la historia de David y Goliat. Goliat representa al mundo, que se burla de Dios y de aquellos que han hecho alianza con Dios. David representa al pequeño que cree en Dios: "si Dios me ha salvado del león y del oso, también me salvará de Goliat". La fuerza de David no está en su cuerpo ni en su inteligencia, sino en lo que Dios le ha manifestado de su Amor y su Fidelidad. Entonces Saúl le permite luchar. Pero Saúl, que no entiende por qué David quiere luchar, le pone una armadura. Quiere poner a David las armas del hombre. Mas el peso de éstas es tan grande, que David ni siquiera puede dar un paso. Entonces, David se quita la coraza y las armas, y decide poner su seguridad en otra parte. Es una forma de renunciar a aquello que es una falsa seguridad. Dios no le dice a David lo que tiene que hacer; es David quien lo va descubriendo. Así. él elige su arma: una onda y cinco pequeñas piedras. El mundo dice que esto es completamente ridículo; pero David ya está decidido, está seguro de sí mismo, está seguro de Dios y continúa adelante con su plan.
Podemos ver también a través de la historia de David que la voluntad de Dios para nosotros es algo que siempre nos parece demasiado grande. Es siempre algo que no somos capaces de hacer. Es lo que le decía el rey Saúl: "Tú no eres capaz, es demasiado fuerte para ti; es mejor que vayas a cuidar tu rebaño de ovejas".
A pesar de las recomendaciones de Saúl, David está decidido y prepara su onda y sus cinco piedras. Estas cinco piedras tienen un significado simbólico para nosotros en el combate espiritual. Y para tener verdadera fuerza deben ser lanzadas con la onda y no solamente con la mano. Anteriormente vimos cuales eran estas piedras: la oración , la iglesia, las obras de misericordia, la contemplación y la obediencia. La onda es la docilidad al Espíritu Santo.
En el combate espiritual hay una parte de Dios y otra parte nuestra. Es muy importante saber que, en la fe, todo depende de Dios; pero es necesario que nosotros pongamos lo que está a nuestro alcance que es actuar para que Dios pueda darnos su fuerza. Así entraremos en la voluntad de Dios. La madre Teresa tiene una frase magnífica para este tema; decía "ora como si todo dependiera de Dios, pero obra como si todo dependiera de ti". Aquí están la onda y la proyección de las piedras.
El Espíritu Santo quiere suscitar, quiere inspirar nuevas actitudes en nuestras vidas. De este Espíritu ya nos hablaba el Antiguo Testamento a través del profeta Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor, espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor.."(Is 11,1-3). El Espíritu Santo es el que suscita en nuestras almas este movimiento de querer entrar en la voluntad de Dios y de la Iglesia; y ella nos enseña que hay siete dones que acompañan la acción del Espíritu.
No podemos entrar en la voluntad de Dios sin el poder del Espíritu Santo que está dentro de nosotros. Todas las acciones que pudiéramos hacer con nuestras propias fuerzas serían muy pobres y darían muy poco fruto, aunque sean buenas acciones; pero cuando estas acciones están inspiradas por el Espíritu Santo en nuestros corazones, entonces adquieren una fuerza, un poder grande, y se convierten en armas del combate espiritual para entrar cada vez más en la voluntad de Dios.
Vamos a ver cómo el Espíritu Santo va dando fuerza a cada una de estas piedras y cómo nosotros podemos colaborar con Él para que sean lanzadas con fuerza y que podamos ir de victoria en victoria, igual que el joven David pudo vencer a Goliat.
1. La primera piedra es la de la oración. La fuerza de la oración se debe sobre todo a dos dones el don de Temor de Dios y el don de Ciencia, a través de estos dones nuestra oración crece en la fe. La fuerza de la oración es la que nos hace tomar en nosotros y para nosotros lo que pedimos o bien lo que estamos intentando vivir. Tenemos un ejemplo en el momento de la cruz, cuando Jesús le dice a Juan: "He aquí a tu madre" y el Evangelio nos dice que a partir de aquella hora el discípulo la recogió en su casa. Juan tomó inmediatamente lo que Jesús le ofreció. Toma a María como si fuera suya. Ésta es la fuerza de la oración: tomar para sí lo que Jesús nos promete o nos da. Muchas veces no tomamos en serio las promesas de Dios porque pensamos que Dios no nos escucha, que escucha más a otros hermanos. Y ésta es la "herida de la vida". Creemos que somos amados y elegidos; pero sólo con nuestra mente, no con nuestro corazón. Necesitamos la audacia de la fe. La audacia que tuvo Juan cuando se llevó a la madre de Jesús a su casa. Cuando en la R.C. se da una palabra de conocimiento por una persona cuyo carisma ha sido confirmado, es como una promesa de Dios; y ahora Dios necesita que tomemos en serio lo que nos promete. Esto es la audacia de la fe.
2. La segunda piedra es la Iglesia. Y el don del Espíritu que va a servir más a esta piedra es el don de Sabiduría. Antes vimos los sacramentos de la Eucaristía y Reconciliación. Pero hay otras actitudes inspiradas por el Don de Sabiduría; por ejemplo, querer ser enseñados, querer ser formados, acoger con un corazón puro la enseñanza de la Iglesia. Hay demasiados cristianos que ignoran su propia doctrina y el Espíritu de Sabiduría inspira en nosotros un deseo de saber más de Dios, más de su doctrina, para fortalecernos en el combate para Dios. En la cultura actual, muchos hombres y mujeres fabrican sus propias creencias, sus propias opiniones. Por el don de Sabiduría, el Espíritu suscita en nuestro corazón el deseo de vivir en la verdad de Cristo. Y la Iglesia es la depositaria de esta verdad. Otra actitud dentro la Iglesia que nos fortalece, es saber que somos enviados. No somos nosotros los que elegimos lo que queremos hacer en la Iglesia, sino que somos enviados por Cristo, en el poder del Espíritu Santo, para cumplir la voluntad de Dios. Jesús mismo fue enviado por Dios. Nuestra fuerza no está en nuestras capacidades; nuestra fuerza está en el hecho de que somos enviados. Él espera que respondamos a la llamada, no que tengamos éxito; los frutos le corresponden a Él. Una última actitud -en esta segunda piedra- que nos hace fuertes es la búsqueda de la comunión y la unidad entre los hermanos. Aunque caminemos en medio de dificultades, si en nuestro corazón hay preocupación por la unidad y luchamos por ella, entonces aunque nos sintamos débiles seremos fuertes en Dios. El amor a la unidad en el seno de la Iglesia, en el seno de la Renovación, en el seno de los grupos de oración, en el seno de la familia, en el seno de la pareja, en el seno de nuestras comunidades... es un signo muy grande de la fuerza de Dios. Y esta piedra puede vencer ante el gigante, que es una figura del que lo divide todo.
3. La tercera piedra son las obras de misericordia. Es decir: hay que ir hacia aquellos que sufren, hacia los que viven distintos modos de pobrezas y miserias. Puede ser la enfermedad; pero puede ser la ignorancia, la falta de fe. Lo importante es entrar en un servicio hacia los que sufren de uno u otro modo. A menudo, el Maligno nos tienta diciéndonos que no tenemos nada que ofrecer. La tercera piedra de David es ofrecer a Dios lo que no nos sentimos capaces de hacer, es decir, dar nuestra simple presencia. Y cuando la damos, el Espíritu Santo nos ayuda a tener el gesto o la palabra conveniente. Esta piedra está proyectada por el Don de Fortaleza. Es una gracia del Espíritu Santo que sólo se manifiesta cuando estamos presentes ante los que sufren, cuando estamos presentes ante aquellos que necesitan a Dios y hacia los cuales somos enviados por Cristo. El don de Fortaleza solamente obra cuando estamos sobre el terreno. Si yo voy hacia los enfermos, aunque me sienta totalmente impotente ante ellos, el hecho de estar presente -en nombre de Cristo- hace que el don de Fortaleza surja en mí. No es que yo me sienta fuerte: Dios es fuerte en mí y esa fuerza de Dios va a llegar al alma y a la vida de las personas que visitamos. La fortaleza de Dios visita a aquellos a quienes somos enviados.
4. La cuarta piedra es la contemplación. Con el don de Inteligencia que nos descubre lo secreto del corazón. Inteligencia quiere decir leer el interior. Por este don abrimos los ojos del corazón a la presencia de Dios en los acontecimientos que vivimos, incluso acontecimientos difíciles. Por este don crece nuestra fe en la presencia de Dios en nuestra vida. Es decir incesantemente: "Yo sé que estás ahí Señor, no entiendo... pero sé que Tú estás y eso es suficiente para mí. Tú estás presente en mi vida..." Esta es la palabra de contemplación en la cual estamos invitados a entrar y que implica mucha fuerza espiritual por nuestra parte; porque hay momentos en que somos bendecidos por Dios en nuestra sensibilidad, en nuestra emotividad. Entonces sentimos bien que Dios está presente en nosotros, pero hay muchos momentos en que no tenemos ese tipo de bendición y podemos olvidarnos de la presencia de Dios en nosotros y entonces nos privamos de la presencia del Amigo. Ser contemplativos es vocación de todo cristiano. Para muchos puede ser también una forma particular de combate espiritual.
5. La quinta piedra es la obediencia a un director espiritual. Esta piedra adquiere fuerza con el don de Consejo y el don de Piedad o podemos también llamarlo don de Confianza Filial. Por el don de Consejo nos abrimos a acoger y recibir consejos, nos dejamos corregir, aceptamos aprender y deseamos ser instruidos en los caminos del Señor. Y por el don de piedad nos abrimos a una confianza filial cada vez mayor y este don se convierte para nosotros en un camino de humildad y sencillez. El mayor enemigo de la confianza filial es el miedo, sobre todo el miedo a Dios. Por eso la escuela de confianza es la obediencia a un padre espiritual.
Hay varias etapas en el acompañamiento espiritual y todas ellas tienen como meta crecer en la Caridad. Podemos hablar de distintos grados en la caridad:
· Un primer grado es cuando queremos cumplir los mandamientos de Dios que son los deberes del cristiano, los preceptos del Evangelio y es lo que nos enseña la moral de la Iglesia. Esto sería el acompañamiento básico del cristiano.
· Hay un segundo grado en el crecimiento de la caridad. La encontramos en el Evangelio en el episodio del joven rico. Este hombre cumplía los preceptos de la ley de Dios, pero esto no era bastante para él. Jesús le contestó: "Si quieres ser perfecto...". No es deber, es invitación. Es vivir los consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. Para caminar en este nivel necesitamos un director espiritual.
· Hay un tercer grado que se llama el abandono en la voluntad de Dios. Ya no tenemos voluntad propia. Para ayudarnos en ese caminar necesitamos un padre o una madre espiritual.
Cuando es Dios el que entra en la lucha, se llama prueba. La prueba viene de Dios; la tentación viene del Maligno. Las pruebas nos hacen vulnerables; pero a la vez nos hacen crecer en la vida y en el amor de Dios. En la tentación hay que luchar; en la prueba hay que abandonarse, porque es Dios quien la permite.
Las cinco piedras son importantes. No podemos coger una y dejar las otras, aunque en cada momento de nuestra vida espiritual dos o tres de ellas son más fuertes que las otras. Somos nosotros quienes debemos elegirlas, tomarlas en serio y vivirlas de verdad; de ese modo se convertirán en armas poderosas del Espíritu que nos traerán la victoria sobre nuestros enemigos
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