sábado, 15 de abril de 2017

Meditación: Romanos 6,3-11


Sábado Santo de la Vigilia Pascual

Los cristianos creemos que tras su muerte, Cristo fue a redimir a todos los hombres y mujeres justos que murieron antes de que su victoria abriera las puertas del cielo. Estos justos, que habían deseado presenciar la venida del Mesías durante su vida terrena, ahora anhelaban la oportunidad de entrar al Reino celestial. Sin la pasión, muerte y resurrección de Jesús, no tenían ninguna esperanza de llegar a la presencia de Dios. ¡Cuánto deben haberse regocijado al ver que la promesa de la salvación que tanto habían anhelado se cumplía en Cristo Jesús!

Es preciso entender que la muerte y la resurrección de Cristo tienen mucha importancia para nosotros también, porque sin ellas tampoco tendríamos esperanza alguna de entrar al cielo. Jesús no solo murió por nuestros pecados, sino que le dio muerte al pecado.

Por nuestra parte, tal como compartimos la muerte de Jesús por nuestras maldades, también compartimos su muerte al pecado: “Pues por el Bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6, 4). Esta es una verdad gloriosa: Ahora ya no somos más esclavos del pecado; el pecado ha perdido la gran influencia que tenía sobre nosotros, y hemos recibido una vida nueva en Cristo.

Pero los beneficios del don de la vida nueva crean una obligación de parte nuestra: “Nosotros ya hemos muerto respecto al pecado, ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?… Porque cuando uno muere, queda libre del pecado” (Romanos 6, 2.7). Si por descuido o incredulidad le volvemos a dar entrada al pecado, tenemos la oportunidad hoy mismo de acogernos al Señor y reafirmar nuestra creencia en la verdad de que hemos muerto al pecado en Cristo Jesús. Así continuamos recibiendo el mismo poder por el cual Jesús derrotó a los poderes del infierno y puso el ámbito de la oscuridad bajo su propio señorío.
“Señor y Salvador nuestro, te damos gracias por el poder del Espíritu Santo que nos has dado para renunciar al pecado y vivir una vida nueva, y para mantener viva la esperanza de compartir un día en tu resurrección.”
Génesis 1, 1–2, 2
Éxodo 14, 15–15, 1
Isaías 55, 1-11
Ezequiel 36, 16-28
Salmo 118(117), 1-2. 16-17. 22-23
Génesis 22, 1-18
Isaías 54, 5-14
Baruc 3, 9-15. 32–4, 4
Mateo 28, 1-10

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

No hay comentarios:

Publicar un comentario