viernes, 7 de julio de 2017

Búsqueda desmedida de dones - Algunas causas


Nos hallamos frente a un engaño que pretende sorprendernos y enredarnos con cierta facilidad. Se inquietan si no tienen o les parece no poseer ciertos dones. Todos estamos bien equipados de ellos.
Quizás echamos de menos los que desearíamos y hacemos muy poco caso de los que realmente tenemos. Inconscientemente, podemos aspirar a los que se clasifican como "extraordinarios" por parecemos que son una recompensa del Señor a nuestra obra o fidelidad. Ellos, en el juicio de muchas personas, demuestran la santidad de la vida o el valor que merecemos ante Dios. Nada más equivocado.

Cierto, el cambio moral, la orientación de todo nuestro ser hacia el Señor es uno de los signos de la "autenticidad" de los carismas de una persona.
Pero esto no equivale al juicio de Dios sobre nosotros. Tal persuasión y, sobre todo, la actuación a que conduce, puede ocultar una tentación sutil. El deseo inmoderado de carismas no se orienta precisamente a la gloria de Dios, a ayudar en la edificación, por la unidad y el amor de la Iglesia; sino a "edificarse a sí mismo": el deseo oculto de prestigio, de ser considerado en un nivel superior de santidad; el larvado exhibicionismo. Resulta muy halagador verse traído y llevado en boca de admiradores; que corran tras de uno demandándole oraciones, imposición de manos... Nada de esto hemos notado en aquellos a quienes auténticamente el Señor ha favorecido gratuitamente con sus dones, por más extraordinarios que sean. La sencillez, la humildad y un discreto no hacer caso de las manifestaciones admirativas de los demás. Aceptar cortésmente sus palabras de alabanza, pero su corazón está puesto firmemente en el Señor de quien proceden y en sus hermanos a quienes sirven.

Insistimos en la descripción, un tanto exagerada, para poner más de relieve la peligrosidad de la tentación de la "carismanía".
Tampoco hemos de olvidar el trabajo de zapa que pueden ejercer nuestros profundos deseos subconscientes: es todo un mundo completo que actúa, desde la oscuridad, activamente en nosotros. Indagar las causas más hondas y exponerlas, aun brevemente, rebasa el ámbito de nuestra obra. No está demás saber que existe tal sector misterioso y que podemos ser víctimas de su actividad.

Por eso, hay que repetir una vez más: es necesario someter a discernimiento las mociones del Espíritu y lo que aparece como carismas, para averiguar, al menos con certeza moral, su calidad verdadera o falsa.
Nada de lo expuesto debe arrastrarnos a la intranquilidad y desasosiego; menos a un temor enfermizo. Al contrario, se trata de un medio prudente de cerciorarnos sobre actividades internas que, no pocas veces, aparecen ambiguas. Es descubrirlas para entregarnos de lleno a la acción del Espíritu si realmente provienen de Él, o para orillarlas si son un fruto de nuestros deseos, o de la obra del "maligno" en nosotros.
No olvidemos: el discernimiento realizado por uno mismo en cosas de cierta importancia y cuando personalmente nos afectan, no da excesivas garantías de objetividad. Por eso San Ignacio de Loyola, eminente en el discernimiento espiritual, encarece el valor de un maestro espiritual que ayude a discernir.

Notemos de paso algo que está cada vez más claro en la Renovación: ésta necesita contar con santos y sabios maestros del Espíritu. La "dirección espiritual" tiene una importancia especial dentro de ella. Refugiarse en "ya me guía el Espíritu; no necesito de ninguna ayuda ajena" es desconocer peligrosamente los pasos difíciles de la vida espiritual y los peculiares de la Renovación. Es preciso caer en cuenta de que, a partir de la Encarnación del Hijo de Dios, e inaugurada por El en profunda humildad (Fil 2,5), se da en el orden sobrenatural una mediación querida y bendecida por el Señor. Sigue el modo ya antes comenzado en el orden natural. En esta mediación intervienen los hombres como cooperadores, respecto de sus hermanos.


Terminamos este apartado: debemos estar dispuestos a aceptar cuanto el Señor nos regala, y atrevernos, humildemente, a pedir en abundancia los carismas del Espíritu, dentro del plan salvador del Señor para nosotros. Pero aguardémonos de medir nuestro aprecio de la virtud, el amor de Dios por la manifestación de los carismas. Todos somos entrañables, infinitamente queridos por el Señor, porque somos sus hijos, no porque poseamos uno o varios carismas. 

p. Benigno Juanes sj

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