Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
RESONAR DE LA PALABRA
Sto. Tomás apostol
Mi querido Tomás:
No me explico por qué no estabas entre nosotros. Siempre habías estado con el grupo, desde los comienzos, y participabas en todas nuestras actividades, conversaciones y proyectos. Eras una persona activa, inquieta, buscadora, aunque no te conformabas con respuestas fáciles y siempre ibas un poco más allá que el resto con tus preguntas e inquietudes.
El caso es que, sin dar ninguna explicación -no sé si porque no la tenías, porque no encontraste a quien dársela, o porque no te prestamos mucha atención- ya no estabas. Es lo único que dice el Evangelio: «no estaba con ellos».
Podríamos empezar a preguntarnos si estabas pasando una crisis personal, si te habíamos decepcionado en nuestro grupo, si te retiraste temporalmente para pensar tranquilo y tomar una decisión personal sobre todo lo que habías estado viviendo en este tiempo, si habías decidido buscar por otra parte...
Nos gusta mucho encontrar las razones de las cosas, para luego echar las culpas a alguien. Habrá quien piense que tú te lo buscaste, que lo que tenías que haber hecho es permanecer unido a todos, tener paciencia y esperar instrucciones de Pedro o de todo el grupo; que una crisis de fe puede ser muy normal (y especialmente en determinadas circunstancias), pero que eso no justifica el marcharse... Y habrá quien aproveche para hacer reproches: claro estamos muy encerrados en nosotros mismos, tenemos demasiados miedos, no sabemos arriesgarnos a nada, hemos sido incoherentes, hemos traicionado o fallado al Señor, no sabemos por dónde tirar, sentimos que los de fuera -los mismos que «acabaron» con el Señor- podrían emprenderla también contra nosotros...
¡En fin!, que probablemente ni lo uno ni lo otro nos lleve muy lejos: ni culparte a ti, ni culparnos a nosotros mismos. El Evangelio prefirió dejarlo así, sin más. Uno que era del grupo... no estaba cuando se presentó Jesús.
Y esta historia se nos sigue repitiendo. Tus «mellizos» -así te apodaban- se han multiplicado exponencialmente. ¡Tantos son hoy los que se alejaron del grupo! No sé si sería muy atrevido nombrarte «patrón de los alejados».
Y como te fuiste regresas. No todos lo hacen. Tampoco sabemos lo que te movió a volver. Pero volviste y te encontraste con que todos tus compañeros te contaban que habían visto al Señor. Los encontraste muy cambiados, emocionados, impresionados, alegres y habladores, dispuestos a cualquier cosa... Pero sobre todo -¡¡qué suerte!!- los encontraste hablando de que habían visto al Señor y enseguida empezaron a contarte su experiencia. Es verdad que una experiencia -y más una como aquélla- es muy difícil de explicar y de transmitir. Tenías que comprobarlo por ti mismo. Pero lo que notaste en ellos te dejó inquieto y volviste de nuevo a su lado, hasta que tú mismo pudiste comprobar que era verdad, que había resucitado.
No sé si hoy tendrás la misma suerte. Tal vez algunos no te echen de menos en absoluto: ¡allá tú! Tal vez algunos no te hagan mucho caso cuando vuelvas, ocupados en sus cosas. O te empiecen a hablar de las muchas actividades que tienen organizadas, e incluso te inviten a meterte en alguno de los grupos parroquiales, o te den algún libro para que aclares las ideas. Quizás te riñan un poco por haber dejado enfriar tu fe, o haber descuidado tu formación, o haberte apartado de los sacramentos, o... Es posible que los encuentres casi igual que cuando te marchaste: con miedos, defendiéndose de los de fuera, organizando campañas, programando jornadas, o viviendo de tiempos pasados, o aislados de lo que vive la mayoría de la gente, o... ¡Eso es lo que dicen no pocos de tus «mellizos»!
Lo que sí sé es que si te acercas de nuevo necesitas encontrar:
- Una comunidad (y no llamemos comunidad a cualquier cosa) de hermanos ilusionados
- Una comunidad que sepa escuchar y acoger (dos palabras bien importantes) al que llega, intentando comprender sus dificultades, dejándose interpelar por ellas
- Una comunidad que sobre todo «habla» y comparte su experiencia de encuentro con Cristo, de cómo los ha transformado y los ha llenado de vitalidad, de valor, de alegría, de empuje, de... Jesucristo y su Evangelio son lo verdaderamente importante.
Y lo sé porque es lo que parece que buscabas cuando volviste a reunirte con tus antiguos compañeros, según lo cuenta el Evangelio. Y lo sé también, porque no pocas veces... yo también me siento «Tomás». Así que también hoy es "mi fiesta".
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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