jueves, 6 de julio de 2017

Evangelio según San Mateo 9,1-8. 
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados". Algunos escribas pensaron: "Este hombre blasfema". Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate y camina'? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres. 

RESONAR DE LA PALABRA

Enrique Martínez, cmf
LA AUTORIDAD DE PERDONAR
Alma cansada, corazón cansado, fuerzas gastadas,
paralizado ya, incapaz de moverme, y sin voz.
Casi no recuerdo mi nombre. Y muchos lo han olvidado del todo.
Tantas cosas han ido pasando en mi vida,
que he comprobado una y mil veces que no puedo,
que no me dejan, que no llego, que no lo consigo,
que es imposible vivir y ser como me había propuesto,
como había soñado...
A veces he sido yo mismo; otras han sido los que me rodeaban.
Y ahí estoy, tumbado en mi cama,
enfadado conmigo y con el mundo,
incapaz de nada más que de recordar y añorar.
Llegan ellos. Yo no les hago caso, ¡paso! No dicen nada. Me miran,
y decididos, me colocan en una camilla y me sacan de casa,
y decididos, me pasan a una camilla y me sacan de casa,
atravesamos calles y llegamos a aquel lugar, lleno de gente.
Pero hay un silencio impresionante. Escuchan.
Una voz suave, dulce, pero firme sale de dentro.
Me resulta conocida. La he escuchado muchas otras veces.
En otro tiempo me hizo bien, pero ahora me deja indiferente,
como si no fuera conmigo. Se me ha hecho «otra palabra más».
De pronto me veo en medio de todos: son rostros conocidos,
antiguos compañeros, amigos... y allí está Él.
Me mira un momento, profundamente,
pero enseguida se fija en mis camilleros.
Sus ojos se iluminan, y exclama: «¡cuánta fe!».
No sé qué habrá visto en ellos, pero me dirige a mí la palabra:
- Ánimo hijo...
«Hijo». ¡Qué hermosa palabra! No me ha preguntado nada,
no me ha hecho ningún reproche.
Está claro que sabe de sobra lo que me pasa por dentro,
y yo me siento tremendamente acogido, protegido, seguro.
Hijo. Me recuerda que tengo un Padre. Y sigue:
- Tus pecados quedan perdonados...
Y se arma un tremendo alboroto: algunos de los presentes protestan:
- Blasfemo, ¿quién se ha creído que es? Sólo Dios puede perdonar.
Él les mira de manera bien diferente a como lo ha hecho conmigo:
- Pero ¡qué duros de corazón! El Hijo del hombre tiene autoridad
en esta tierra para perdonar los pecados. Y también los hombres,
vosotros, podéis y debéis ser agentes de reconciliación,
sois instrumentos de sanación, sois un medio de Dios
para pacificar a los hombres...
Volvió su mirada hacia mí y noté que me sentía mejor:
- Levántate, toma la camilla y vete a casa
Y di un brinco. Me sentía nuevo, y poderoso y con una tarea:
Los hombres podemos hacerlo muy mal, y sentirnos fatal...
Pero podemos perdonar y ser perdonados... porque somos
hijos del Padre de la misericordia, hijos de su ternura.
Gloria a Dios que nos ha dado tal «autoridad».

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

No hay comentarios:

Publicar un comentario