lunes, 17 de julio de 2017

Meditación: Mateo 10, 34—11, 1


“No he venido a traer paz, sino lucha.” (Mateo 10, 34)

Estas palabras del Señor nos resultan contradictorias, ya que sabemos que Jesús es la personificación de la paz más llena de amor que el mundo ha conocido. Entonces, ¿qué fue lo que quiso decir con esas palabras tan sorprendentes? Lo que quiso decir fue que la proclamación del Evangelio sería causa de división entre el pueblo, una separación entre los que aceptaran su mensaje y los que lo rechazaran.

Pero la división de la que habló Jesús no es una doctrina radical, que rechace de plano todo lo que se oponga a Cristo aunque sea levemente. La división ocurre a medida que la luz se hace más brillante y las tinieblas que hay dentro y fuera de nosotros quedan expuestas con mayor claridad.

El pasaje de hoy viene al final del “discurso misionero” de Jesús, una especie de adiestramiento para sus discípulos más cercanos, y lo que nos ofrece el Señor es una mezcla explosiva de recomendaciones. Son consejos profundos, pero duros de digerir.

Incluso en las familias, donde el amor entre los esposos y los hijos sustenta la vida familiar, nuestro amor a Dios debe ser más fuerte que esos profundos lazos personales. El amor a Dios debe ser la motivación de toda nuestra vida y la fuente de todo lo que hagamos. Esto no hará disminuir el cariño ni la atención que tengamos con los demás, sino que los reafirmará y les impartirá un significado más completo aún.

Según San Lucas (2, 34) la Persona de Cristo sería “una señal que muchos rechazarán”, y con ello quería decir que la luz del Evangelio podría chocar con los criterios del mundo y causar separación, disensión y animosidad. Si esperamos ser dignos de Jesús, hemos de prepararnos para tomar decisiones contrarias a los valores y prácticas de este mundo, prácticas que a veces son aceptadas por muchos de nuestros propios seres queridos.

Jesús dijo claramente que seguirlo a él implicaba sufrimiento y dolor: “El que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mío” (Mateo 10,38). El Señor nos aconseja tener plena conciencia de que cuando optamos por ser discípulos suyos, tenemos que considerar los costos y las ganancias que tal decisión acarrea.
“Jesús, Señor y Redentor mío, ayúdame a entregarme completamente, para que pueda recibir el premio de la verdadera paz y la gloria en tu presencia.”
Éxodo 1, 8-14. 22
Salmo 124(123), 1-8

fuente. Devocionario católico la palabra con nosotros

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