jueves, 20 de julio de 2017

Meditación: Mateo 11, 28-30


San Apolinar, obispo y mártir

Posiblemente todos los creyentes, en más de una “noche oscura”, nos hemos sentido abandonados por Dios, aunque sabemos que en realidad Dios nunca nos abandona. Desde el principio de nuestro caminar con el Señor y hasta el final, él está siempre con nosotros y siempre estamos en sus manos.

Por intermedio de nuestros padres, fue él quien nos dio la vida. Y para nuestra existencia terrena, el Padre nos envió a su propio Hijo, el cual después de señalarnos el camino hacia la vida verdadera, prometió no abandonarnos nunca: “Yo estaré siempre con ustedes hasta la consumación de los siglos.”

Y al final de nuestro peregrinar en este mundo, no nos abandona, no deja que caigamos en el abismo de la nada y nos hará resucitar a la plenitud de la vida y la felicidad. Lo lamentable es que nosotros, con la libertad que él nos ha dado, de vez en cuando, lo abandonamos, le damos la espalda, y nos adentramos en otros lugares donde él no está, aunque sabemos que el único camino seguro es el que él nos ha mostrado.

En realidad, todos sabemos que la vida en este mundo es difícil, es en realidad una lucha constante. Lo experimentamos todos: en más de un trance de esa lucha quedamos malheridos, cansados, agobiados, derrotados. En nuestro intento por seguir a Jesús, de ser fieles a su amistad y sus enseñanzas, estos sentimientos negativos, de vez en cuando, se apoderan de nosotros.

¿Cómo curar y reponerse de este cansancio? “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio”. La fe no es algo automático, como un calmante que se toma y a los diez minutos se te quita el dolor. Es algo menos rápido, pero mucho más hermoso, porque introduce el proceso lento y hermoso de hacerle entrar a Cristo en nuestro corazón; es el proceso de aceptarle, de profundizar y vivir cada día con más intensidad la comunión con él. Es experimentar, que el camino que él nos señala es “más llevadero y ligero” que cualquier otro y que conduce a esa felicidad que todos deseamos.

Escucha, pues, cuando te dice: “Ven a mí, siéntate aquí conmigo y conversemos. Cuéntame tus problemas, tus esperanzas, tus sueños. Déjame consolarte. Déjame calmar tu mente y tu espíritu. Yo quiero hacerlo.”
“Amado, Jesús, gracias por tus palabras de amor y afirmación. ¡Las necesito tanto!”
Éxodo 3, 13-20
Salmo 105(104), 1. 5. 8-9. 24-27

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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