Cuando vamos recorriendo los lugares que se nos presentan en las lecturas de las Misas del Adviento, hay muchas personas e imágenes que se nos vienen a la mente, como: José y María de camino a Belén, los pastores que van de prisa al pesebre, los reyes magos que observan el cielo buscando la estrella maravillosa. Pero hay otras personas que también tuvieron una figuración fundamental en el nacimiento de Jesús: sus abuelos, Joaquín y Ana.
Quizás hay una buena razón por la cual no pensamos mucho en ellos: ¡La Escritura no nos dice nada sobre los padres de María! Incluso sus nombres vienen de un documento del siglo II que combinan relatos legendarios junto con datos que bien pueden ser históricos. Sea como sea, hay una larga tradición que venera a este santo matrimonio. A ellos se les confió la misión de crear un entorno de amor y cuidado donde naciera y creciera la niña que vendría a ser la virgen Madre de Dios. Si meditamos en el nacimiento de Jesús teniendo en mente a Ana y Joaquín, podemos aprender mucho.
Cuando lo imprevisto se hace realidad. Tomemos, por ejemplo, este conocido pasaje del Evangelio según San Mateo, y leámoslo desde el punto de vista de Ana y Joaquín: “Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo” (Mateo 1, 18).
¿Fueron los padres de María los primeros que supieron que ella estaba “esperando un hijo”? Tal vez María le confió la noticia a su madre mientras lavaban la ropa o amasaban el pan para la cena familiar. ¡Puede haber sucedido! En la cultura de María, y como aun sucede en muchas otras, era normal que una joven adolescente viviera en casa de sus padres y les ayudara con los quehaceres hogareños.
Los Evangelios relatan los elementos necesarios de la historia sin dar muchos detalles, por lo que en realidad no se sabe exactamente cómo reaccionaron Ana y Joaquín al enterarse del embarazo de María. De todos modos, podemos hacernos varias conjeturas. A lo mejor se arrepintieron de no haber hecho mejores arreglos para que su hija tuviera un buen matrimonio. Tal vez al principio se sintieron confundidos, decepcionados o enojados. ¿La acogieron con amor o la rechazaron? Ya que honramos a Joaquín y Ana como santos, podemos suponer que ellos también fueron guiados por el Espíritu para llegar a la conclusión correcta y apoyaron a María en el valeroso “sí” que ella le dio a Dios. ¡Pero no hay duda de que hubo que acostumbrarse a este inesperado suceso!
En nuestras propias familias, el anuncio de un embarazo, sea sorpresivo o no, nos exige hacer varios ajustes. Recuerdo que yo estaba de pie en la pequeña oficina hogareña de nuestra hija cuando ella de repente dijo: “Carlos y yo sacaremos todo de esta habitación y vamos a poner la cuna en ese rincón y una mesa para cambiar los pañales bajo la ventana.” ¡Fue toda una gran sorpresa! Mi mente dio volteretas cuando recibí la noticia. Me sentí encantada y abracé a mi hija y la nueva vida que crecía en su vientre. Luego vinieron las todas las preguntas de lo que ella necesitaría.
El embarazo de María también nos presenta desafíos a todos nosotros, porque nos lleva a razonar: ¿Estoy yo dispuesto a ajustar mi vida para recibir bien a Jesús en este Adviento? ¿Espero que su nacimiento me traiga algo nuevo, algo más de lo que yo esperaba de Dios el año pasado o hace diez años? Mientras reflexionamos sobre lo que pensarían Joaquín y Ana al esperar a este singularísimo nieto que tendrían, quizás logremos tener una mayor apertura para recibir y aceptar las cosas con las que Dios quiera sorprendernos en esta Navidad.
Espera con fe. Muchas veces se dice que Santa Ana y San Joaquín son los santos patrones de los matrimonios que luchan con la infecundidad. Esto se debe a que un antiquísimo manuscrito los presenta como una pareja que no tuvo hijos por muchos años. Según dicho manuscrito, por largo tiempo Ana y Joaquín le imploraron a Dios que les concediera la bendición de concebir un hijo o una hija.
Esperar que Dios nos dé la respuesta a una oración que brota del fondo del corazón es una experiencia que probablemente todos conocemos. ¿Qué ejemplos de su propia vida recuerda usted? ¿Cuánto tuvo que esperar? ¿Meses, años? ¿Estuvo solo o sola usted cuando rezaba, o tuvo el apoyo de su cónyuge u otra persona?
Recuerdo que mi madre y mi abuela dedicaron muchísimo tiempo a rezar fielmente pidiendo el regreso del tío Ernesto, que se había ido siendo joven y no había regresado. Fue unos 30 años más tarde que un señor parecido a mi abuela tocó a la puerta de nuestra casa. ¡Qué impresión y qué alegría nos embargaron al darnos cuenta de que finalmente el tío Ernesto había vuelto a casa!
¿Está usted esperando que Dios le conceda ahora mismo algo que le ha estado pidiendo? A lo mejor podría sugerirle a alguien que le acompañe en su oración. Probablemente Ana y Joaquín rezaron juntos, como Abraham y Sara y como Zacarías e Isabel lo hicieron. Y probablemente también lo hicieron los profetas Simeón y Ana, que cuando vieron al Niño Jesús en el templo reconocieron que él era el Mesías tan esperado y anhelado de Israel.
Finalmente, al cabo de su larga espera, la fe que compartían Ana y Joaquín les llenó de indecible alegría cuando nació María. Según una antigua tradición, la presentaron en el templo rebosantes de alegría y gratitud por lo que Dios había hecho en su favor. Así pues, dado que María es un hermoso regalo para nosotros también, podemos regocijarnos junto con ellos diciendo:
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la Creación está en deuda con ustedes, ya que por ustedes ofreció al Creador el más excelente de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del Creador.
Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores.
Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, y será llamado: “Ángel del gran designio” de la salvación universal, “Dios poderoso”. Este niño es Dios. (Sermón 6 de San Juan Damasceno sobre la Natividad de la Virgen María).
Un panorama más amplio. Ana y Joaquín, como matrimonio santo y no sólo como personas individuales, son venerados juntos en un mismo día de fiesta eclesiástica, el 26 de julio. Pero ambos también formaban parte de una familia extendida que vivía en un pueblo que esperaba el cumplimiento de las promesas de Dios.
En muchos países occidentales de hoy se ha visto que el número de integrantes de las familias se ha reducido. En los Estados Unidos, por ejemplo, la unidad familiar promedio es de dos a cuatro personas (los padres y dos hijos), que viven en forma más o menos aislada dentro de la población mayor. Pero en la cultura del Medio Oriente, como también es común en Asia, África y América Latina, las familias son más grandes, los lazos familiares con los abuelos, tíos, primos, sobrinos y nietos son muy fuertes, de modo que los componentes básicos de la sociedad son las familias extendidas.
Joaquín, Ana y María también vivieron como parte de una familia extendida, que seguramente incluía a los abuelos, tíos, primos, hijos adultos y nietos. La vida cotidiana era una realidad compartida, en constante crecimiento y de varias generaciones. Lo mismo era la fe en Dios. Todo el pueblo de Israel compartía el mismo sentimiento de anhelante espera del Mesías y el compromiso común de recordar constantemente las obras portentosas que Dios había hecho para todo su pueblo. Sin duda, Joaquín y Ana se beneficiaron de la fe compartida de su familia extendida y de todo su pueblo, como también lo hizo María y luego Jesús.
Pensar en que Ana y Joaquín formaban parte de todo un panorama más amplio nos ayuda a elevar la mirada más allá del horizonte de nuestras propias preocupaciones personales. Sea cual sea nuestra experiencia de vida familiar, todos somos ciudadanos del mundo y miembros de la gran familia de Dios. Por eso, una parte de nuestra oración debería ser interceder por las necesidades del mundo que Dios quiso redimir por medio de su Hijo unigénito. También debería incluir el agradecido recuerdo de que el Señor ha formado de todos nosotros un pueblo que “pertenece a la familia de Dios” (Efesios 2, 19). ¿No es esto lo que el Señor quiso decir cuándo nos enseñó a rezar: “Venga tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”? ¡Qué mejor temporada que el Adviento para hacer esta petición!
De generación en generación. Por supuesto, Joaquín y Ana en realidad no se limitaron a recibir la herencia de la fe familiar y de su gente; también la nutrieron y la superaron, y esta es asimismo la vocación nuestra. ¡Dios te llama a ti a adelantar la historia de la salvación!
Un modo de hacerlo es contar relatos de las obras de amor y sanación que Dios ha hecho en tu familia. Tú también puedes proponerte transmitir la sabiduría que has recibido de tus padres, abuelos y antepasados, y puedes honrarlos compartiendo sus historias de fe en las reuniones familiares, escribiendo cartas en Navidad, e incluso en Facebook.
A mí me gusta contar que mi abuela Juanita consiguió un grupo de personas residentes en su hogar de ancianos para acompañarla a ver por televisión la Misa del mediodía, ¡aunque eso significaba privarse del almuerzo! Sencillas anécdotas o relatos como éste sirven mucho para alimentar la fe y transformar los corazones.
Finalmente, piense en ser un centinela que observa con atención lo que Dios está haciendo en las generaciones más jóvenes. Yo guardo como un tesoro un recuerdo del bautizo de nuestra primera nieta. Cuándo el sacerdote ungió la boca de la pequeña Pamela y oraba pidiendo que el Señor la tocara y la hiciera capaz de “proclamar su fe”, ella inmediatamente sonrió y contestó con un entusiasta: “¡U! ¡U! ¡U!” Por supuesto que dejé constancia en mi diario de este tierno incidente para meditarlo después con calma y ¡algún día compartirlo con ella misma!
La historia continúa. María reflexionaba sobre todo lo que había sucedido en los primeros años de vida de Jesús. Quizás Ana y Joaquín también lo hicieron, cuando rezaban sobre el futuro de su hija con José.
Quiera el Señor que estos santos abuelos, cuya vida es atesorada por muchas generaciones de creyentes, nos enseñen a permanecer bien dispuestos a recibir las sorpresas de Dios y nos inspiren a demostrar paciencia y fidelidad. ¡Y también nos ayuden a reconocer que todos formamos parte de la historia grande y maravillosa del amor de Dios a su pueblo!
Teresa Boucher es conferencista, profesora y autora de libros sobre la fe y reside en Nueva Jersey.
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