El don de la familia
Todas las estadísticas coinciden en que la sociedad valora favorablemente a la familia como primera institución. Gracias a ella, muchos han podido superar la crisis económica, laboral o afectiva. La familia se convierte en el puerto franco donde los miembros acuden a desahogar el alma, sin miedo el juicio inmisericorde.
Son muchos los hogares que viven el dolor de la ruptura. Sin embargo, la casa familiar sigue siendo el lugar entrañable, la referencia segura, la posibilidad restauradora.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, quiso venir a nuestro mundo en el seno de una familia; en ella aprendió un modo social de vivir y de trabajar. María, su madre, le debió de enseñar cosas muy domésticas, según se desprende de los ejemplos que el Maestro emplea en sus enseñanzas. La imagen del candil, de la levadura en la masa, del remiendo nuevo en vestido viejo… “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.
Pero será el aprendizaje junta a san José lo que hizo que le conocieran como “el hijo del carpintero”, aunque ahora se discuta si el esposo de María era más bien cantero, o albañil. En cualquier caso, Jesús recibió de su familia un modo de ser y de vivir, acorde con la sociedad de su tiempo.
Jesús de Nazaret destaca por su docilidad, discreción, familiaridad, aprendizaje, bondad, sensibilidad, religiosidad que aprendió de María y de José. Pues tomó la condición de uno de tantos. Él se convierte en modelo, y se pueden tener como lema las palabras de san Pablo, que aciertan a definir la manera de trabajar: “Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.
Sin embargo, los texto de este día nos revelan de manera muy significativa la verdadera identidad de los miembros de la Sagrada Familia de Nazaret, cuando Jesús responde a su madre: -«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?».
El relato comienza señalando un dato curioso: “Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre”. Aun recuerdo la explicación que me dio un guía judío junto al muro del Templo. Me aclaró que los niños celebran su fiesta de mayoría de edad a los 13 años, y que solo los hijos de viuda lo hacen a los 12. Si en la escena aparecen José y María, lo que se manifiesta con el dato cronológico es la aclaración sobre el padre de Jesús, que no es José. Y si el Niño responde, además, aludiendo a la casa de su Padre, es evidente la intención del evangelista de presentarnos al Hijo de María como Hijo de Dios.
Cuando Jesús nos enseñe a rezar, lo hará introduciéndonos en la revelación divina con su Padre Dios. Hoy podemos celebrar nuestra pertenencia sagrada, gracias a Jesús.
Angel Moreno -
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