La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?". El les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto". Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?". El les respondió: "No exijan más de lo estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
Defender la alegría. El profeta Sofonías en la primera lectura, usa las siguientes palabras: Regocíjate, alégrate, gózate, grita de júbilo. Aún en los peores tiempos cuando todo parece que se acaba, (Israel está amenazada por los asirios), y que no hay futuro, el mensaje del profeta es de esperanza y de alegría porque la historia pertenece a Dios. Quizás sea este uno de los aspectos más difíciles de descubrir hoy, que Dios actúa en la historia y que hay motivos para la alegría. Dios actuó en el pasado y lo sigue haciendo hoy, la dificultad para verlo, está en nuestros ojos o en nuestros corazones, que sólo confían en las fuerzas humanas y han desterrado a Dios de la vida diaria.
Por eso, San Pablo en la segunda lectura les dice a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca”. Es lo que predicaba Juan: “Viene el que puede más que yo”, con Jesús llega el Reino de Dios a los hombres: “una alegría para todo el pueblo”. Pero los hombres deben abrirse a él con una actitud especial llamada conversión, cambio de vida y de esto es de lo que nos habla en evangelio de hoy. El Reino es la absoluta novedad que no es sólo una reforma de lo antiguo, sino un cambio interior que recrea todo de nuevo.
En un tiempo lleno de discursos, de promesas, explicaciones (campaña electoral incluida), surge una pregunta: “¿Entonces, qué hacemos?”. No preguntan que tienen que recordar, aprender de memoria, reflexionar, ni dice lo que tienen que hacer los otros, sino cada uno, nosotros, nuestra comunidad, la Iglesia. Hay una primera pregunta y una primera respuesta que nos afecta a todos: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”, son lo que llamamos las obras de misericordia, el martes pasado día de la Inmaculada, comenzamos el Año de la Misericordia. Es una llamada a nuestra conversión personal.
Pero las preguntas y la misericordia van más allá. Preguntan después los que tienen alguna responsabilidad en la gestión (publicanos) y en el ejercicio del poder y de la fuerza (militares), en el pueblo. La respuesta de Juan tiene suma actualidad: “No exijáis más de lo establecido” “No hagáis extorsión no os aprovechéis de nadie, sino contentaros con la paga”, (no hace falta hacer todos los comentarios ahora). Justicia, honradez búsqueda de la paz… parecen ser los criterios para esa llamada también a la conversión social y eclesial, necesaria para la convivencia humana y la llegada de la alegría del Reino.
Los cristianos haríamos bien en interesarnos por los presupuestos del País, las inversiones en gasto social, la ayuda a los más débiles, la dependencia, la venta de armas, la ecología, los Derecho Humanos (el jueves celebramos su día), nuestra presencia pública como Iglesia…, es otro de los caminos de conversión y una tarea todavía no asumida por muchos. “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se acaba”, Espíritu y fuego. Juan sabe que será inútil la predicación de Jesús, su milagros y el esfuerzo de crear una sociedad mejor, si los hombres no cambiamos interiormente, por eso insiste en la conversión del corazón y de la mente, en el cambio de actitudes.
La alegría nace de un hombre y una comunidad que crece, que supera sus crisis, que aún con el riesgo de cometer errores, sabe hacer algo por sí mismo y por los demás, dando paso a la fuerza del Espíritu. Viene el Señor y las razones de nuestra alegría son hondas. No estaría de más releer en casa los textos de Sofonías y Pablo, como una invitación dirigida a nosotros y rezar agradecidos. A la pregunta: “¿Entonces nosotros, qué hacemos?”, tenemos una respuesta: “Os lo repito, estad siempre alegres en el Señor”. Hagamos con alegría lo que el Espíritu nos haya inspirado, es Adviento y Jesús y el Reino están llegando.
fuente Ciudad Redonda.
fuente Ciudad Redonda.
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