Angel Moreno - Viernes, 4 de diciembre de 2015
I Sábado de Adviento(Is 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9, 35 - 10, 1. 6-8)
Fuente: Ciudad Redonda
¡Cómo necesitamos escuchar que nuestras heridas serán curadas! El profeta anuncia: “La luz de la Cándida será como la luz del Ardiente cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe”. El salmista afirma de Dios: “Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas”. Y el Evangelio narra: “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”.
La misericordia divina, el perdón de Dios, el abrazo entrañable van a ser ofrecidos especialmente por la Iglesia a partir del día 8 de diciembre, cuando el papa Francisco abra la puerta santa en Roma, y las diócesis lo hagan de manera semejante el día 13, tercer domingo de Adviento.
El jubileo del Año de Gracia del Señor significa que a quienes se acerquen en las debidas condiciones a los lugares designados por la Iglesia, se les concede el perdón de los pecados, la reconciliación plena.
A veces arrastramos heridas ocultas, con las que convivimos de manera clandestina, sufriendo injustamente por no manifestar aquello que nos humilla, la debilidad y el pecado.
Que no te pueda el amor propio ni el orgullo, enemigos del alma, que en el intento de convivir con las sombras, pueden atrapar de muy diversas maneras, con argumentos falaces y justificaciones evasivas. Si no se procura arrojar claridad en estas oscuridades, dejando entrar la luz de la Palabra de Dios y su perdón, se agigantan y dan como resultado un modo de vivir sombrío o presuntuoso por el intento de sobreponerse a la propia conciencia.
Si aciertas a abrir tu corazón, si te arriesgas a pronunciar tu yo dolorido, descubrirás lo que significa renacer, comenzar de nuevo, ver la luz, que hasta puede llegar a manifestarse en tu mirada y sorprender a los que te rodean por haber recuperado la sonrisa.
No arrastres tu historia, entra dentro de ti, atraviesa las primeras estancias que percibes molestas porque oyes los ruidos discordes de tu modo de vida disipada. Si aciertas a atravesar la puerta del corazón y comienzas a sentir el atractivo de la paz, de la serenidad, del silencio, muy pronto emergerá dentro de ti la necesidad de tratar de otra manera a los que conviven contigo, y a Quien, en lo más profundo de ti mismo, te ama.
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