A veces la gente no consigue ver la importancia de una persona “común” o de un milagro que se obra a plena vista. Esto es especialmente cierto en las lecturas de hoy. Los judíos anhelaban que el profeta Elías volviera, según lo profetizado, venciera a sus enemigos e inaugurara una nueva era. Pero Jesús les dice que Elías ya había venido; era Juan el Bautista, pero ellos no lo reconocieron.
En efecto, Juan era el nuevo Elías, y Jesús era el Mesías de Dios. Pero ninguno de ellos actuaba como la gente esperaba, porque su conducta no coincidía con la cultura de la época; no se encuadraba en ninguno de los moldes que ellos se imaginaban.
Nosotros también podemos caer en una trampa similar. A veces, buscamos experiencias espirituales extraordinarias que nos dejen embelesados y que mágicamente transformen nuestra vida.
Miramos a Hollywood para sacar inspiración en nuestras disputas familiares o en graves problemas de finanzas, pero no vemos que Dios está ya con nosotros, obrando milagros silenciosa y humildemente delante de nuestros propios ojos; olvidamos que el Señor no vino para hacernos más fácil la vida, sino para hacernos más santos a nosotros.
Cuando el Señor vuelva, probablemente no aparecerá en un carruaje de fuego, pero en lugar de sentirnos decepcionados, podemos aceptar el otro mensaje de la lectura: Que Jesús está conmigo, tocando en mi corazón la sinfonía divina de la gracia y el amor de Dios con el virtuosismo más excelso que jamás oiré en mi vida. Haz un alto, hermano, y escucha la música celestial que sosiega el corazón.
“Amado Señor Jesucristo, ayúdame a reconocer los momentos de gracia y gloria que me ofreces y fortalece mi fe para confiar siempre en ti.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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