San Elredo de Rieval (1110-1167), monje cisterciense
Sermón para Navidad
«¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?»
¡Oh desdichado Adán! ¿Qué buscas que sea mejor que la presencia divina? Pero, hete aquí, ingrato, rumiando tu fechoría: «¡No; seré como Dios!» (cf Gn 3,5). ¡Qué orgullo tan intolerable! Acabas de ser hecho de arcilla y barro y, en tu insolencia, ¿quieres hacerte semejante a Dios ?... Es así como el orgullo ha engendrado la desobediencia, causa de nuestra desdicha...
¿Qué humildad podría compensar orgullo tan grande? ¿Es que hay obediencia de hombre capaz de rescatar semejante falta? Cautivo ¿cómo puede liberar a un cautivo?; impuro ¿cómo puede liberar a un impuro? Dios mío ¿va a perecer vuestra criatura? « ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?» (Sl 76,10). ¡Oh no! « Mis pensamientos son de paz y no de aflicción » dice el Señor (Jr 29,11).
¡Apresúrate, pues, Señor; date prisa! Mira las lágrimas de los pobres; fíjate, «el gemido de los cautivos llega hasta ti» (Sl 78,11). Tiempo de dicha, día amable y deseado, cuando la voz del Padre exclama: «Por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré» (Sl 11,6)... Sí, «Ven a salvarnos, Señor, ven tú mismo, porque se acaban los buenos» (Sl 11,2).
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