Angel Moreno - Miércoles, 2 de diciembre de 2015
I Jueves de Adviento
(Is 26, 1-6; Sal 117; Mt 7, 21.24-27)
fuente Ciudad Redonda
¿Dónde radican la serenidad, la fortaleza, la paz, si las circunstancias externas acosan, y la debilidad personal es una experiencia constante? ¿Cómo acoger la Palabra de Dios, que nos describe la razón de la estabilidad inconmovible, cuando somos testigos de las palabras rotas, de las pertenencias quebradas, de las familias heridas?
¿Cómo presentarse fuerte, firme, estable, determinado, si se convive con tanta fluctuación de discursos, acomodados a la rentabilidad posible de unos votos, o de unas ganancias económicas?
Hoy la Palabra de Dios nos ofrece el secreto para permanecer serenos, firmes, estables, fieles, fuertes, testigos, sin por ello ser presuntuosos, inconscientes ni frívolos. La razón por la que podemos afirmar que “tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes”, no es otra que la confianza en la promesa divina. “Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua”.
La sabiduría que nos revela la Biblia llega a decir: “Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”. Y Jesús confirma: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca”.
Ante estas afirmaciones, cabe traer a la memoria tantas expresiones del salmista en las que el creyente manifiesta su fortaleza sin otra razón que permanecer en el Señor. “El Señor es mi roca, mi baluarte, mi peña, mi alcázar, mi masada, mi libertador, mi abogado”.
Puede sorprendernos, en medio de las mismas dificultades, que haya personas que se muestren tranquilas, sin sobresalto, apacibles, cuando otras entran en un nerviosismo ansioso, y hasta depresivo, por miedo, desesperanza y angustia. La razón de esta diferencia, en muchos casos, es la fe en la Palabra, la certeza de vivir en las manos de Dios.
¡Cuánto ayuda el testimonio de los creyentes, que estando en las mismas circunstancias que sus contemporáneos, sin embargo demuestran la alegría, la paz, la esperanza, en circunstancias adversas!
Hace poco, en la recepción de un hotel en el que debía hospedarme porque se me había reservado habitación, al llegar y dar el carné, no encontraban habitación posible. La persona recepcionista, un tanto nerviosa, buscaba por todos los archivos del ordenador, y mientras indagaba, al verme tranquilo, se sorprendió de mi serenidad. Yo pensaba que no tendría problemas, porque en el caso de no encontrar la reserva, siempre habría alguna solución doméstica.
El creyente, en esta hora tan violenta, puede dar el testimonio de la serenidad como anuncio esperanzador.
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