Jesús tomó la palabra y dijo: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana."RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres Pérez, cmf
Corren tiempos difíciles (¿cuándo no han sido tiempos difíciles para la gente pobre, para los que tienen que vivir de su trabajo, para la mayoría de los que tienen que sacar adelante una familia?). Porque hay demasiada gente con dificultades para llegar a fin de mes. Porque en nuestras grandes ciudades hay muchos y muchas que duermen en la calle soportando las inclemencias del tiempo. Porque hay demasiadas guerras en marcha, unas más declaradas y abiertas que otras pero todas guerras con todo lo que una guerra conlleva de muerte y dolor y destrucción (¿no da la impresión de que el deporte más practicado a lo largo de la historia ha sido el de matarnos y hacernos daño unos a otros?). Y podíamos seguir así con la lista de nuestras desdichas.
Y en la iglesia celebramos el Adviento. Es tiempo de espera y esperanza. Es tiempo de mirar al futuro pensando que nos puede traer algo mejor de lo que tenemos. Es tiempo de hacer un poco de silencio y dejar que la Palabra de Dios cale en nuestros corazones. Es verdad que a veces pasamos por dificultades tan grandes que no tenemos fuerzas ni para concebir la esperanza en nuestro corazón. Pero hoy no se trata siquiera de levantar los ojos hacia el horizonte. Basta con hacer lo contrario. Los bajamos y leemos el texto del Evangelio de este día. Lo leemos con tranquilidad. Dejamos por un momento la mente vacía de otros pensamientos y sensaciones. Lo volvemos a leer. Cerramos los ojos. Hacemos memoria de esas palabras pronunciadas por Jesús. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados...” Y nos dejamos llevar.
Son palabras que consuelan. Son como un aceite para las heridas. Son descanso. Son paz. Son experiencia concreta del amor de Dios. Son palabras que nos dicen que Dios nos ama, que cura nuestras heridas, que escucha y atiende a nuestros lamentos. No nos hablan de compromiso, de lo que hay que hacer. Por una vez, no se trata de que Dios nos hable sino de que Dios nos escucha, de que podemos poner en sus manos todo lo que nos hace daño y nos agota y nos agobia. Y dejar pasar así un tiempo, sintiéndonos queridos y abrazados.
Eso es el Adviento: sentir que Dios llega a nuestras vidas.
Fuente Ciudad Redonda - Diciembre 2015
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