Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha." Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. "Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."
RESONAR DE LA PALABRA
Juan Lozano, cmf
Querido amigo/a:
Hoy concluye la primera de las cuatro etapas del camino del Adviento. Al finalizar esta primera meta volante, el profeta Isaías nos hace un llamamiento a la conversión en el oráculo que nos presenta la primera lectura de hoy. Es un bello canto a la compasión y al perdón de Dios, siempre paciente y dispuesto a regalar su gracia. Pero recordemos que el proceso de conversión, de volver la mirada, pasa por el reconocimiento del propio pecado, el sincero arrepentimiento, el abandono de las idolatrías y la vuelta al propio Señor. Se nos invita a retomar el camino y a permanecer atentos a su voz para no extraviarnos. Qué bien lo expresa el profeta, -Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: Éste es el camino, camina por él-.
Para esto sirven estos tiempos de preparación que vivimos en la Iglesia, como la Cuaresma o ahora el Adviento, para retomado nuestro camino, hacer lo que tenemos que hacer. ¿Y qué es? Lo que hace Jesús en el evangelio de hoy: anunciar el Reino de Dios a través de la curación, el servicio y el anuncio. Esta es la misión de la Iglesia. Esta es nuestra misión: llevar a Jesús. Si no fuese así, si nos limitáramos al crecimiento y perfeccionamiento personal, caeríamos en un individualismo y concupiscencia espiritual. Qué bien se está aquí, qué íntegro me siento, qué equilibrado me he levantado hoy… No, la fe no es una terapia personal, aunque evidentemente nos unifica y mucho, pero no se queda ahí. El siguiente paso o el paso simultáneo, mirando a nuestro maestro, es anunciar, llevarle a Él, ponerse en camino. Y con alegría. A esto nos invitaba el Papa en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio).
Hoy sábado, miramos a María, nuestra Madre en la fe. Recordamos su disponibilidad a Dios, su sí a Él y el regalo que esta aceptación y entrega significa para todos los creyentes: nada más y nada menos que el nacimiento de nuestro Salvador que celebraremos dentro de veinte días. Ella es otra de las protagonistas del Adviento, como no podía ser menos.
Celebrar a María es recordarnos que tenemos una Madre en el camino del seguimiento de Jesús, que no estamos solos. Es recordarnos que la fe es un camino de alegría, porque el Señor está con nosotros. Y cuando lo olvidemos, basta con mirar a la Madre, cómo ella lo vivió: su sí fue plenificado, su confianza no quedó defraudada. Ella nos recuerda que este camino, que esta apuesta es, incluso cuando todo parece perdido en medio de la noche, de ganadores.
¡Nuestra Señora de la Esperanza, ruega por nosotros!
Tu hermano en la fe.
Juan Lozano, cmf.
fuente Ciudad Redonda
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