San Cesáreo de Arlés (470-543), monje y obispo
Sermón 26,5; SC 243, pag. 89ss
“Venid, benditos de mi Padre, y recibid la herencia del reino.”
Mt 25,34
Cristo, la misericordia celestial, viene cada día la puerta de tu casa: no sólo espiritualmente a la puerta de tu alma, sino materialmente a la puerta de tu casa. Porque, cada vez que un pobre se acerca a tu casa, sin duda alguna se acerca Cristo en él, porque él dijo: “Cada vez que lo habéis hecho a uno de estos pequeños, me lo hacíais a mí.” (Mt 25,40) No endurezcas el corazón, da un poco de dinero a Cristo del que esperar heredar el reino. Da un trozo de pan a aquel de quien esperar te dé la vida. Acoge al pobre en tu casa para que él te reciba en el paraíso. Dale alguna limosna a quien te puede dar la vida eterna.
¡Qué audacia querer reinar en el cielo con aquel a quien tú negaste tu limosna en este mundo! Si lo recibe durante el viaje terreno, él te acogerá en la felicidad eterna. Si tú lo desprecias aquí en tu patria de la tierra, él retirará su mirada sobre ti en la gloria. Un salmo dice: “cuando te alzas, desprecias su imagen.” (Sal 73,20) Si despreciamos en esta vida a aquellos que son imagen de Dios (Gn 1,26) hemos de temer ser rechazados en la eternidad. ¡Tened, pues, misericordia en esta vida!... Gracias a vuestra generosidad, escucharéis aquella palabra feliz: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino.” (Mt 25,34)
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