Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
RESONAR DE LA PALABRA
Carlos Latorre, cmf
Buenos días, amigos!
Hemos entrado en el corazón de la Cuaresma de este Año del Jubileo de la Misericordia. Vivir el Jubileo llevará a todos los cristianos a una renovación muy profunda. No dejemos pasar vacío este tiempo de bendición, que tanto bien puede hacer a los cristianos y a los que no lo son.
Las lecturas bíblicas de hoy presentan a Dios actuando más allá de los límites de su pueblo Israel. Es imposible poner fronteras a un Dios que es Padre de todas las razas y pueblos. Así el libro de los Reyes en el Antiguo Testamento nos habla de Nahamán, un hombre rico y poderoso, pero enfermo de lepra de la que nadie era capaz de curarle. Por medio de una esclava israelita se entera de que puede ser sanado de su lepra, si visita al hombre de Dios que hay en su patria, Israel. Entonces pide al rey sirio que solicite al rey de Israel que cure a Nahamán.
La salud y la enfermedad no respetan razas ni fronteras ni religiones ni cargos importantes. Sólo Dios puede curar. Y así entra en escena Eliseo, que ante los grandes y encumbrados de esta tierra, subraya la soberanía absoluta de Dios.
Miremos ahora a Jesús en la sinagoga de Nazaret en medio de sus paisanos recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.
Lucas pone en esta primera escena de la vida pública de Jesús el rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración, se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque solamente es el hijo de José y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la biblia. El odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay como un anticipo de su resurrección.
Jesús recuerda a sus paisanos que Dios ofrece la salvación a todos los hombres. Y para confirmar esta enseñanza recuerda que Elías y Eliseo realizaron milagros entre personas que no pertenecían al pueblo de Israel y lograron entre ellos mejores frutos de conversión.
No somos propietarios de Dios, sino sus humildes servidores, por eso el cristiano no se avergüenza de arrodillarse ante Él y dar una mano a su prójimo sin mirar el color de su piel.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero claretiano
comentario publicado en Ciudad Redonda
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