Les compartimos la Tercer enseñanza impartida por el p. Leonardo Mathieu en el marco del Cerco de la Misericordia
DAR POSADA AL PEREGRINO
Las palabras de Mt, 25,35: “Fui
forastero y me hospedaron”, marcan toda la historia de Israel, en efecto, el
huésped que pasa y pide el techo que le falta, recuerda a Israel su condición
pasada de forastero y extranjero de paso sobre la tierra, tal como atestiguan
estos textos:
“33 Cuando un extranjero resida contigo en tu tierra,
no lo molestarás. 34 El será para ustedes como uno de sus compatriotas
y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo
soy el Señor, su Dios.” (Lv. 24,39)
13 Escucha, Señor, mi
oración;
presta oído a mi clamor;
no seas insensible a mi llanto,
porque soy un huésped en tu casa,
un peregrino, lo mismo que mis padres. (Ps. 39, 13)
Este forastero tiene
necesidad de ser acogido y tratado con amor, en nombre de Dios que lo ama (“Dios que ama al emigrante”: Dt. 10,18).
Deberá ser defendido ante grandes dificultades (cf. Gn. 19,8:
“Yo tengo dos hijas que todavía son vírgenes. Se las
traeré, y ustedes podrán hacer con ellas lo que mejor les parezca. Pero no
hagan nada a esos hombres, ya que se han hospedado bajo mi techo».
No se dudará en molestar a amigos si no se
tienen medios para ayudar a un forastero inesperado (cf Lc. 11,5).
Ejemplo de acogida generosa y
religiosa son: Abraham, con los tres personajes en Mambré, paradigma de toda
hospitalidad (cf, Gn. 18, 2-8); Job, que se gloría de ella (cf. Job 31,31-ss),
y el mismo Cristo, que aprueba los cuidados que comporta (cf Lc. 7,44-46) y es
acogido por los discípulos de Emaús, los cuales lo reconocen precisamente en la
fracción del pan. (Lc. 24, 13-33). Todos estos gestos de acogida del forastero
son manifestaciones concretas de la práctica de un amor no fingido, de la
hospitalidad (cf Rom. 12,9-13).
Dentro de la tradición cristiana,
sobresale la Regla de San Benito (s.V) que exhorta a los monjes a la
hospitalidad con esta afirmación que recuerda Mt 25,40: “A todos los huéspedes
que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él lo
dirá un día: “Era peregrino y me hospedaste” (Regla 53,1).
También describe cómo los monjes
deben relacionarse con los huéspedes: en el modo de saludar se debe mostrar
gran humildad hacia todos los huéspedes que llegan o parten: con la cabeza
inclinada o con todo el cuerpo postrado en tierra se adore a Cristo que es
acogido en ellos. (Regla 53,6)
DAR POSADA AL
PEREGRINO:
Hoy no es fácil abrir la puerta de la casa, cada vez más defendida. Son muchos los peregrinos que llaman a nuestra puerta: mendigos, transeúntes, extranjeros, refugiados, drogadictos… Toda una herida abierta, que exige soluciones no solo personales, sino estructurales. Acoge al que llama a la puerta de tu casa, pero no solo materialmente, sino cordialmente. Todo el que se acerca a ti, es un peregrino, que a lo mejor solo te pide una palabra, una sonrisa o una escucha.CORREGIR AL QUE SE EQUIVOCA
Es
una obra de misericordia inspirada en un texto clásico del Ev. De Mateo, cuando
trata de los conflictos en el seno de la comunidad. En ese pasaje, el acento se
desplaza desde el pensamiento jurídico hacia una perspectiva más eclesiológica
y pastoral: Mt. 18, 15-17:
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si
te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos
personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres
testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere
escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o republicano.”
La cuestión de la corrección
fraterna está presente en el N.T., y en su uso, se percibe un notable realismo.
En este sentido, pues, conviene notar que la corrección debe realizarse no como un juicio, sino como un servicio de
verdad y de amor al hermano, ya que se dirige al pecador no como un
enemigo, sino como un hermano. (cf 2 Tes. 3,15), para poder obtener resultado
de reconducir a la vida a un hermano que se estaba perdiendo (cf. Sant. 5,
19-ss).
Esta corrección fraterna
se ejerce con firmeza (cf. Tito 1,13), pero sin asperezas (cf Ps 6,2), sin
exacerbar o humillar al que es amonestado (cf. Ef. 6,4); un joven la puede
realizar hacia un anciano, pero con conciencia de su condición (cf 1Tim. 5,1).
Es verdad, además, que “ninguna
corrección resulta agradable en el momento, sino que duele; pero luego produce
fruto apacible de justicia a los que han sido ejercitados en ella” (Heb.
12,11).
La corrección fraterna
exige discernimiento: escoger el momento oportuno; ejercerla de forma que
crezca y que no disminuya la estima que el hermano tiene de si mismo; evitar
que sea la única manera con la cual uno se relacione con aquel hermano;
ejercerla sobre cosas verdaderamente esenciales; tender a liberar y no tanto a
juzgar y condenar; corregir sabiendo que uno es también pecador y necesitado de
corrección. Si todo esto acontece, la corrección fraterna que sugiere esta obra
de Misericordia, podrá dar fruto de paz y bendición.
También la “corrección fraterna” es una obra de misericordia, pero cuando se hace desde la humildad y desde el amor. Desde la humildad, reconociendo que nosotros también nos equivocamos. No queremos sacar la paja del ojo ajeno, sino darnos cuenta de nuestra viga. Desde el amor, no para herir al hermano sino para salvarle. Y hacerlo además cariñosa, delicada y simpáticamente.
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