Todo ser humano, cualquiera sea su condición, es capaz de entregarse completamente a Dios; hasta el pecador más empedernido, al verse frente a la condenación, puede cambiar e iniciar una vida nueva.
Esto lo vemos en la práctica cuando el Señor fue a cenar en casa del publicano Leví, aunque ese proceder era escandaloso para los jefes religiosos. Poniendo en práctica el consejo del profeta de no acusar ni levantar calumnia, Jesús aceptaba a todos y trataba de llevarles el amor sanador de su Padre (Isaías 58, 9).
Jesús no se inquietaba tanto por los pecados de Leví, sino por el deseo que éste tuviera de aceptar su mensaje y cambiar de corazón. La conducta pecaminosa de Leví no lo desanimó, porque jamás había evitado a los “impuros” o pecadores; jamás sentía temor de que éstos le fueran a manchar su propia pureza y jamás condenaba a los pecadores señalándolos con el dedo; más bien, les hablaba con amor y les brindaba la pureza del Evangelio.
Por lo general, cuando vemos la conducta pecaminosa de otras personas, reaccionamos haciéndoles el vacío. Cuántos de nosotros hemos evitado alternar con personas de conducta cuestionable con el fin de “dejar en claro” nuestra posición, o dejado de invitar a casa a personas cuya vida inmoral nos incomoda. Muchos continuamos abrigando rencores y negándonos a relacionarnos con quienes han pecado en contra nuestra. Sin embargo, hemos de preguntarnos si esas actitudes han servido para que estas personas, a quienes hemos tratado de impresionar, se conviertan al Evangelio.
Jesús nos dio ejemplo de qué actitud debemos tener en estos casos. Sin haber comprometido jamás la verdad ni sugerir que uno pudiera pasar por alto las leyes de Dios, trató a todos con misericordia y respeto, fueran cuales fueran los pecados que llevaran consigo.
Lo que tenemos que hacer es aprender a salir de nosotros mismos y amar a los demás como lo hizo Jesús. No juzgue a las personas; solamente demuéstreles el amor de Cristo y se sorprenderá de lo poderoso que resulta el efecto que su actitud puede tener en ellas. No hay nadie que no pueda ser conducido a la rectitud de vida mediante el amor y la fidelidad de Dios.
“Espíritu Santo, concédeme un corazón humilde y compasivo, para demostrar bondad y paciencia con los demás, especialmente los que se han alejado de ti.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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