martes, 6 de diciembre de 2016

Meditación: Mateo 18, 12-14


San Nicolás

En el siglo I había muchos pastores en Israel, oficio que no era fácil ni libre de contratiempos. No era raro que el pastor se topara con peligros, sobre todo cuando buscaba una oveja extraviada, porque tenía que adentrarse en parajes inhóspitos y boscosos o entre rocas donde quedaría a merced de los elementos, o tal vez de lobos feroces o asaltantes armados. Un pastor asalariado sin duda escaparía a la primera señal de peligro, pero el dueño del rebaño arriesgaba su vida para recuperar hasta una sola oveja extraviada.

Jesús, el buen pastor que da su vida por sus ovejas (Juan 10, 14-15), se despojó de la gloria del cielo para venir a salvarnos y llevarnos a casa, misión que resultó ser muy peligrosa para él. Desde la crueldad paranoica de Herodes y la vil traición de Judas hasta la inhumana flagelación, agonía y muerte en la cruz, el Señor soportó la prueba suprema, sin jamás haber abandonado su misión y sin haberse quejado jamás de su destino. ¡Y lo hizo todo por amor a ti y a mí!

El Papa Emérito Benedicto XVI dijo una vez: “La humanidad —todos nosotros— es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios no consiente que ocurra esto; no puede abandonar a la humanidad en una situación tan miserable. Se alza en pie, abandona la gloria del cielo, para ir en busca de la oveja e ir tras ella, incluso hasta la cruz. La pone sobre sus hombros, carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues él es el buen pastor, que ofrece su vida por las ovejas.”

En efecto, cada día tu Creador te busca, hermano, hermana, porque tú eres muy valioso para él. Cada día, quiere dirigir tus pasos y protegerte; cada día, quiere guiarte y mostrarte el camino que has de seguir. Tú eres tan importante para él que no dejará de socorrerte sino hasta que estés seguro en sus manos.

Regocíjate, pues, por tu salvación. Dedica tu tiempo de oración hoy día a darle gracias y alabar a tu Buen Pastor por haber dado su vida por ti. ¡No fue fácil, pero tú lo mereces! Y cuando hayas reconocido que Dios te ha salvado por puro amor y misericordia, pide por tus seres queridos y amigos íntimos. Ellos también lo necesitan y te lo agradecerán.
“Amado Jesús, ¿cómo puedes amarme tanto? ¡Gracias por dejar tu trono de gloria para venir a buscarme y llevarme a casa para pasar contigo el resto de la eternidad!”
Isaías 40, 1-11
Salmo 96(95), 1-3. 10-13

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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