sábado, 3 de diciembre de 2016

Meditación: Mateo 9, 35—10, 1. 6-8


San Francisco Javier

Rueguen… al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. (Mateo 9, 38)

El Evangelio de hoy comienza con una escena conocida: Jesús predica, hace curaciones y se da por entero a quienes acuden pidiéndole ayuda. Luego, hace una pausa, porque le impresiona la agobiadora necesidad que ve en la muchedumbre. Pero observemos: Jesús no redobla sus esfuerzos ni ora al Padre pidiéndole su intervención. No, se vuelve a sus discípulos y les exhorta a que recen para que haya más operarios. Luego, los envía solos a recoger la cosecha.

A Jesús no le preocupa que los trabajadores sean pocos; más bien, nos lo dice para alentarnos a que le pidamos “al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos.” La siembra y la recogida de una cosecha tan abundante exigen el trabajo de todos en la comunidad de creyentes, incluidos usted y yo. Pero podemos tener la tranquilidad de que si pedimos ayuda, el Señor proveerá los trabajadores, junto con el amor, la perseverancia, la sabiduría y la gracia que se necesitan para acoger a los nuevos ciudadanos que llegan al Reino. ¿Quiere usted ser uno de estos trabajadores?

“Pero yo no soy un apóstol como San Pedro o San Juan. ¿Qué puedo hacer yo?” Bueno, piense en lo que dice Jesús: quiere “trabajadores” para su cosecha, o sea, personas sencillas dispuestas a realizar el trabajo del Reino, trabajo que implica innumerables oficios diferentes para los que se requieren numerosas aptitudes diferentes, pero lo que más necesita Dios son servidores deseosos de trabajar. Cuando nos ofrecemos voluntariamente, él nos hace fructíferos.

Por supuesto, no se trata sólo de poner largas horas de trabajo; es preciso encontrar el equilibrio correcto entre nuestra diligencia y la fidelidad de Dios, entre nuestro trabajo y su gracia. O, como comentaba San Agustín, hay que trabajar como si todo dependiera de nosotros, pero rezar como si todo dependiera de Dios.

Tal vez esto parezca una tarea pesada, pero Jesús nos recuerda que libremente hemos recibido la bondad y la gracia de Dios, y esto es lo que debemos esforzarnos por regalar. Así pues, hagamos todo lo que esté de nuestra parte para que el Reino de Dios se consolide entre nosotros.
“Señor mío Jesucristo, aquí estoy, dispuesto a que me uses en la misión de evangelizar al mundo. Estoy en tus manos, Señor.”
Isaías 30, 19-21. 23-26
Salmo 147(146), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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