“Si los seres humanos quisieran de veras la paz, se la pedirían sinceramente a Dios, y Él se la daría. ¿Más, por qué va Dios a dar al mundo una paz que este no desea realmente? En realidad, la paz que el mundo afirma desear no es en modo alguno una paz verdadera.Para algunas personas la paz significa sólo la libertad para explotar a otros sin injerencia. Para otras, la paz significa la libertad para robar a otros sin interrupción. Para otras, significa la posibilidad de devorar los bienes de la tierra sin verse obligadas a interrumpir sus placeres para alimentar a aquellos a quienes matan de hambre con su codicia. Y para casi todo el mundo, la paz no es más que la ausencia de toda violencia física que pudiera arrojar una sombra sobre vidas, entregadas a la satisfacción de sus apetitos animales de comodidad y placer.Muchas personas como éstas han pedido a Dios que les dé lo que piensan que es paz y se preguntan por qué su oración no ha sido escuchada. No comprenden que, de hecho, ha sido escuchada. Dios las ha dejado con lo que deseaban, pues su idea de paz era sólo otra forma de guerra.Así pues, en lugar de amar lo que piensas que es la paz, ama a tu prójimo y ama a Dios por encima de todo. Y en lugar de odiar a los hombres que consideras belicistas, odia los apetitos y el desorden de tu propia alma, que son las causas de la guerra. Si amas la paz entonces odia la injusticia, odia la tiranía, odia la avaricia… Pero odia estas cosas en ti mismo, no en los demás”.
Thomas Merton.
Nuevas semillas de contemplación.
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