miércoles, 13 de junio de 2018

LECTIO DIVINA - Mateo 5,17-19

Evangelio: Mateo 5,17-19

Después de haberse referido a su propia enseñanza, Cristo toma posición respecto a la enseñanza tradicional e introduce, de un modo solemne y con autoridad, su propia enseñanza con el «amén» («Pero yo...»), que significa: «Es verdadero, es digno de fe» lo que os voy a decir. Esta expresión es un motivo que se repite en el sermón del monte (5,18.26; 6,2.5.16). «Jesús anunció, en un primer momento, todas las bienaventuranzas, con el fin de allanar y preparar el ánimo de sus oyentes y hacerlo así más dispuesto y sensible para recibir toda la nueva ley» (Juan Crisóstomo). La Ley y los profetas eran toda la Escritura (eran, en efecto, las dos fuentes de las que bebía la liturgia sinagogal; podríamos citar Jn 6.31.45 con el doble envío al Exodo y a Isaías). Jesús, antes de sintetizar su enseñanza en una frase lapidaria y programática (Mt 7,12), precisa su actitud y la de sus discípulos respecto a la Ley antigua. No se trata de abolir (término que, en Mt 24,2; 26,61, se aplica al templo; la Ley y el templo tienen su cumplimiento y, por consiguiente, su consumación en Cristo), sino de llevar a la plenitud de su perfección, como señala repetidamente el evangelista (Mt 1,22; 2,15.17; 3,15; 4,14, etc.). Se puede decir que todo el sermón del monte constituye la ejemplificación de este axioma. Sin embargo, dado su carácter «provocador», se acusará a Cristo de pretender destruir la Ley y los profetas (variante de Lc 23,2).

El Maestro se opone a una visión formal y legalista del cumplimiento de los preceptos de Moisés, recordando la importancia que tiene la intención. La actitud interior es equiparada a la acción exterior. La intención cualifica a la acción, y ésta da cuerpo a la intención. Así pues, el Maestro apunta a la interiorización de los preceptos, hasta el punto que el cumplimiento de la voluntad divina deberá superar el practicado por los escribas y los fariseos (v. 20, que la liturgia ha situado en la lectura siguiente). Refiriéndose a los escribas, Cristo actualiza la enseñanza de los padres recogiendo su alcance profundo (5,21-48). En cuanto a los fariseos, condena la no autenticidad de su conducta religiosa, lanzando una vigorosa llamada a la interioridad (6,1-18).

MEDITACIÓN

En la ley divina «hasta las cosas consideradas como menos importantes están colmadas de misterios espirituales y todas se encuentran recapituladas en el evangelio» (Jerónimo). Por consiguiente, Cristo «ha cumplido con la doctrina, y con el ejemplo ha llevado a cabo la verdad interior» de la Ley antigua (Ruperto de Deutz).

Al meditar las enseñanzas del Señor, me detengo antes que nada en la autoridad con la que fueron pronunciadas. Tomo conciencia de cómo nos urge Cristo para que interioricemos la Ley y cómo considera la conciencia como medida de la moralidad y, en consecuencia, la convierte en una bienaventuranza: «Al ver a uno trabajando en sábado, le dijo: Amigo, dichoso tú, si sabes lo que haces...» (variante de Lc 6,5). Me pregunto, por tanto, si vivo de manera consciente el instante presente.

ORACIÓN

Señor, «todas las obras de justicia» realizadas por mí «son como un trapo inmundo» (cf. Is 64,5) a causa de los fines segundos que las inspiran. Las hacen impuras el orgullo, la hipocresía, el cálculo, el interés.

Me reconozco incapaz de ser un fiel cumplidor en las cosas grandes, porque olvido y minimizo las pequeñas. Libérame de la tentación farisaica de contar con mi justicia o de querer parecer justo a los ojos de los hombres y concédeme conseguir tu justicia.

CONTEMPLACIÓN

Ahora bien, me preguntaréis vosotros, ¿de qué modo no abrogó Cristo la Ley? ¿De qué modo dio cumplimiento a la Ley y a los profetas? Por lo que se refiere a los profetas, confirmó con sus obras todo cuanto éstos habían predicho sobre él; por eso dice siempre el evangelista: «A fin de que se cumpliera todo lo que habían dicho los profetas». Cuando nació, cuando los niños le cantaron un himno maravilloso, cuando se montó en una burra, y en una infinidad de circunstancias, cumplió las profecías, unas profecías que nunca se hubieran cumplido si él no hubiera venido al mundo.

Por lo que se refiere, sin embargo, a la Ley, la cumple antes que nada porque no transgredió ninguno de los preceptos legales. Sus palabras, recogidas por Juan, atestiguan, en efecto, que los cumplió todos: «Es conveniente que cumplamos así con toda justicia»; dijo también a los judíos: «¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado?», y, por último, a los discípulos: «Se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí». El profeta ya había previsto esto cuando dijo: «No cometió pecado».

[Por otra parte, cumplió la Ley] mediante los preceptos que iba a dar. En efecto, nada de cuanto dice Jesucristo en el evangelio tiene que ver en absoluto con abrogar, sino más bien con extender y completar la Ley antigua (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 16, 2).

ACCIÓN

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que se cumpla todo».

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