sábado, 8 de septiembre de 2018

Meditación: Mateo 1, 1-16. 18-23

Celebramos hoy con suma alegría la Natividad de María, la Virgen: de ella nació el Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios.

Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, precisamente porque, con el nacimiento de María Santísima, Dios daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación era ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del Pueblo elegido había encontrado, especialmente en los Profetas, a los portavoces de la Palabra de Dios, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María “Niña”.

Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la “Mujer” del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañar” (Génesis 3, 15).

Precisamente esta Niña es la “Virgen” que “concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir ‘Dios con nosotros’” (Isaías 7, 14). Precisamente esta Niña es la “Madre” que parirá en Belén “a aquel que señoreará en Israel” (Miqueas 5, 1ss.).

La liturgia de hoy aplica a María recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos, en el que San Pablo describe el designio misericordioso de Dios en relación con los elegidos: María es predestinada por la Trinidad a una misión altísima; es llamada; es santificada; es glorificada.

Dios la ha predestinado a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola “llena de gracia” (Lucas 1, 28); la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípula del Hijo.

Por tanto, toda la Iglesia no puede menos que alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima que, como lo afirma San Juan Damasceno, es esa “puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios hizo su entrada en la tierra corporalmente. (Homilía de San Juan Pablo II, 8 de septiembre de 1980.)
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.”
Miqueas 5, 1-4
Salmo 13(12), 6

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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