miércoles, 16 de enero de 2019

Por amor nuestro Jesús se hizo leproso

san Buenaventura
«Jesús extendió la mano y le tocó» (Mc 1,41)
Relato de tres compañeros de San Francisco de Asís (fr)

Un día en que Francisco se paseaba a caballo por la llanura cerca de Asís, en su camino encontró a un leproso. Ante este encuentro inesperado, le vino un sentimiento de intenso horror, mas, acordándose de la resolución que había hecho de vida perfecta y que, antes que nada, debía vencerse a sí mismo si quería llegar a ser «soldado de Cristo» (2Tm 2,3), saltó del caballo para abrazar al desgraciado. Éste, que alargaba su mano para recibir una limosna, recibió, junto con el dinero, un beso. Después Francisco volvió a subirse al caballo. Pero sintió ganas de mirar a su alrededor, y ya no vio más al leproso. Lleno de gozo y admiración, se puso a cantar alabanzas al Señor. 

Algunos días más tarde, con gran cantidad de dinero en el bolsillo se dirigió hacia el hospicio de los leprosos y, una vez reunidos todos, les dio a cada uno de ellos una limosna besándoles las manos. A la vuelta experimentó lo que en un principio le resultaba amargo, -ver y tocar a los leprosos-, se le había vuelto dulzura. Antes, la simple vista de los leprosos, como él mismo confesaba, le era tan penoso que incluso evitaba ver las casas donde habitaban. Si en alguna ocasión los veía o le tocaba pasar cerca de una leprosería volvía el rostro y se tapaba la nariz. Pero la gracia de Dios le convirtió de tal manera que se le hizo familiar y le gustaba convivir con ellos y servirlos, como el mismo reconoce en su testamento. La visita a los leprosos le había transformado. 

Se abandonó entonces, al espíritu de pobreza, al gusto por la humildad y a seguir los impulsos de vivir una piedad profunda. Siendo así que antes la sola vista de un leproso le sacudía interiormente de horror, desde aquel momento se puso a prestarles todos los servicios posibles con una despreocupación total de sí mismo, siempre humilde y muy humano; y todo ello lo hacía por Cristo crucificado el cual, según el profeta, le «estimamos leproso» (Is 53,3). A menudo los visitaba y les daba limosnas; después, movido por la compasión, besaba afectuosamente sus manos y su rostro. También a los mendigos, no quedándose contento con darles lo que tenía, hubiera querido darse él mismo y, cuando ya no le quedaba más dinero en la mano, les daba sus vestidos, descosiéndolos o, a veces, haciéndolos pedazos para repartírselos. 

Por esta época peregrinó a Roma hasta el sepulcro del apóstol Pedro; cuando vio a los mendigos pululando por el atrio de la basílica, movido de compasión tanto como por el amor a la pobreza, escogió a uno de los más miserables, le propuso cambiar sus propios vestidos por los pingajos del mendigo y pasó todo el día en compañía de los pobres, y el alma llena de un gozo que no había conocido hasta entonces.

Buenaventura
Vida de San Francisco: Por amor nuestro Jesús se hizo leproso
«Jesús extendió la mano y le tocó» (Mc 1,41)
Relato de tres compañeros de San Francisco de Asís (fr)

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